“¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado, aleluya!”
Este año, la Pascua del Señor y la alegría que proviene de ella se ven como el fruto de la esperanza. “…y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”, nos dice San Pablo (Rom 5,5).
Es un regalo extraordinario que estamos llamados a hacer nuestro, con humildad y sencillez.
Una pregunta: la situación mundial actual, ¿nos permite vivir esta alegría de Pascua hoy?
Aparentemente no resulta fácil responder, pero una cosa es cierta: Cristo ha resucitado de entre los muertos y la muerte no tiene control sobre él. Esto nos da paz, somos salvados, perdonados y animados en nuestra esperanza.
En cada momento, nuestra vida implora la gratuidad del Amor de Dios que nunca deja de acompañar a la humanidad que gime con súplicas incesantes. Lo que Dios da, no lo retira. Es fiel y siempre está escuchando. Y habla a través de varias circunstancias. Escuchémoslo en su Palabra y en las diversas situaciones.
De toda forma, tenemos que hacer la relectura, día tras día; y experimentar una verdadera pobreza para poder entrar en esta luz y alegría de la Pascua. Los discípulos de Cristo tuvieron la experiencia de pasar de la duda a la realidad en la mañana de Pascua. “La tumba está vacía…”. Y se convirtieron en testigos.
Como ellos, seamos testigos de la alegría de Dios, de esta alegría que no es un simple optimismo sino que es la alegría de la Resurrección, la alegría de quien se encontró con Cristo en su camino. La alegría de la esperanza, la alegría de la misericordia y el perdón recibido y regalado. La alegría de interceder por las causas actuales, por los seres queridos que lo necesitan.
Así podemos cantar con el salmista: “No moriré, viviré para anunciar las acciones del Señor” (Sal 117).
¡Feliz Pascua!
Fuente origen: cmtpalau.org