ORAR CON LA PALABRA DE DIOS
Lectio Divina es una práctica cristiana muy antigua. Describe una manera de leer la Sagrada Escritura. ¿Para qué? Pues para alejarse graduamente de los propios esquemas y abrirnos a lo que Dios quiere decirnos.
Conozcas o no esa manera de relacionarnos con Dios, de orar y dejarnos penetrar por la Palabra, este III Domingo de Tiempo Ordinario, en el que celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, te invitamos a escuchar a Aleksandra. En su reflexión nos propone la Lectio Divina al estilo de Francisco Palau, teniendo en cuenta la relación con la Palabra de Dios que vivió él.
Hay varias maneras de practicar la Lectio Divina. En el siglo XII, un monje cartujo llamado Guido describió las etapas que él vio como esenciales para la práctica de la Lectio Divina. Hoy, celebrando el Domingo de Biblia, intentaremos adaptar su esquema a lo que experimentó y enseñó Francisco Palau.
Antes de eso, unas notas preliminares.
Para Francisco Palau, la Biblia es la Palabra de Dios, viva y eficaz. No es algo dicho o hecho hace siglos que no tiene importancia para el hombre moderno. Para él, creer significa “aplicar el oído del alma y prestar atención en silencio para oír la Palabra de Dios” (MR 4,9). Cuando se encuentra en situaciones de duda, de no saber cómo explicarse a sí mismo, es en la Biblia donde busca explicación, luz para entender lo que le pasa.
De la Biblia saca las palabras adecuadas para poner nombre a su experiencia de relaciones con la Iglesia. Sin eso, se halla perdido, lleno de miedo y dudas. La Palabra habita en él y él en ella, es su brújula y camino más seguro para descubrir la voluntad de Dios.
Dijimos ya que el próposito de hacer Lectio Divina es abrirnos a lo que Dios quiera decirnos. Enseguida me vienen a la memoria las palabras de Palau que tan a menudo repetimos al hablar de la oración: “Para orar te basta un gesto de amor, muy sencillo y muy simple: es querer lo que Dios quiere, no querer lo que no quiere, es abrirle el corazón y ofrecerse a cuanto exija y disponga” (Carta 42,1). Ahora bien, Lectio Divina es también una forma de oración. Entonces, si queremos entrar bien y hacerlo de manera correcta, ése tiene que ser el primer y funamental movimiento de nuestro corazón: aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Es ponernos en total disposición delante de Dios para que su Palabra ilumine nuestra vida con su luz. Incluso cuando nos sentimos incomodados por ella, nos mantenemos abiertos para que su Palabra obre en nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios.
Un primer paso es hacer la lectura de la Palabra: lenta, pausada, repetidas veces si es necesario, para que vaya calando en nuestra mente y corazón, para que lo impregne todo como la lluvia que empapa la tierra. Para que la Palabra brote espontáneamente e ilumine cada momento de nuestra vida diaria, que se vuelva el aire que respiramos y expiramos en relación con los demás. Como lo fue para Francisco Palau, quien citaba la Biblia sin darse cuenta, porque la Palabra era su pan de cada día.
Luego, el segundo paso es la meditación, quiere decir, ir descubriendo qué la Palabra me dice aquí y ahora. A veces hay una frase, una palabra, una situación en la Biblia que mueve algo en nuestro interior. Es el tiempo de preguntarnos en total apertura por qué justo esa Palabra me toca hoy. Que lo leí ya tantas veces, ¿por qué hoy me resulta diferente, inquietante, interpelante? ¿Para qué cosas de mi situación actual, de lo que vivo y siento ahora, esa Palabra resulta relevante? ¿A qué me invita? Quizás podamos sentir ciertas resistencias cuando acoger la palabra significa hacer un cambio, admitir un error, reconocer algo oscuro e imperfecto. Esa también fue la experiencia de Francisco Palau: cuanto más se adentraba en sus relaciones con la Iglesia, más pecador e indigno se descubría. Pero el amor que experimentaba era más grande que todo pecado. Así que no tengamos miedo de entrar a fondo perdido, no perdamos de vista que el Espíritu quien nos guía es el Amor de Dios por su Iglesia.
De esta meditación brota la oración. Es dejar que el corazón le hable a su Creador quien lo creó para amar y ser amado. Recordemos que somos seres en relación, somos Iglesia que es relación. La conversación sincera es la base de cada relación, sobre todo con Dios. La gran sorpresa de Palau era descubrir que la Iglesia es un ser vivo, es una persona con quien uno se puede relacionar, comunicar, hablar. A esa Iglesia Palau le dio su corazón en posesión. Hagamos lo mismo, demos nuestro corazón entero cada vez que hacemos Lectio Divina, abrámoslo de par en par para que Dios siga escribiendo en él con su dedo el mandamiento más importante: “Amarás…”
La meditación y oración palautianas tienen un matiz singular. Palau nos invita a meditar mirando siempre a Jesús en su Cuerpo, en su Iglesia, llagado y desnudo, en necesidad. Nuestro amor es el amor por los últimos. Cuando oramos ofreciendo a la Iglesia nuestro corazón, nos arriesgamos porque se “aprovechará” de nuestra disponibilidad para mandarnos adónde “la gloria de Dios llame”, no nuestra gloria. ¿Somos conscientes de ello? Para Palau, cuando Dios llamaba, no había nada que se pudiera oponer que él no asaltara para cumplir su voluntad. Eso lo llevó a situaciones poco comfortables, por decirlo de alguna manera, incluída la cárcel, la pérdida de las licencias eclesiásticas, o el contagio y muerte en tiempos de una epidemia. Palau nos invita a un amor encarnado, con los pies en el suelo, consciente de los riesgos que conlleva ser discípulos de Cristo crucificado. Porque la Iglesia se ahoga, y cuenta con nosotras para que la ayudemos.
Para aumentar nuestro amor y decisión de servir así, tenemos el último paso de la Lectio que es la contemplación. Es un simple saborear, gustar de la presencia de la Amada, que “contigo lo tengo todo”. A veces nos limitamos a sacar algo jugoso de la Palabra, a tan sólo tener algo para compartir en comunidad. La Lectio Divina sirve para edificar nuestra vida en una roca firme, un fundamento sólido, una piedra inamovible. Que nada nos haga dudar de la presencia de la Iglesia, que siempre tengamos la certeza de su compañía, de que Ella nos sostiene en el servicio a sus miembros. Para eso necesitamos acostumbrarnos a creer. La fe es una gracia, pero también es una disciplina de mente y de corazón. Por eso ponemos la Palabra como escudo, o mejor, como espada del espíritu, para recibir fuerza y coraje sólo de Dios (cfr. Carta de un Director 12). Contemplemos la Palabra, creamos en la Palabra. “Creer es ver”, así creyendo en ella, podremos ver cosas grandes, inimaginables. Veremos lo que Dios puede hacer con unos instrumentos tan imperfectos como Palau y nosotras mismas.
Hasta aquí, nuestro amigo Guido a quien le agradecemos su ayuda con hacernos comprender el proceso de la Lectio. Pero Palau no se para aquí. Él añade un paso más que también nosotros deberíamos seguir. A la contemplación le sigue la acción. «Amor son obras», le dice la Iglesia. De este tiempo de intimidad con la Iglesia tienen que nacer hijos, tiene que nacer vida. Si no, correríamos el peligro de caer en un sentimentalismo vacío, una relación totalmente estéril. «Yo te amo, tú me amas, y amor son obras». La Lectio Divina no acaba en el compartir comunitario, tampoco acaba en hacer buenos propósitos que nunca llegan a cumplirse. No está tanto en lo que decimos sino en lo que vivimos diariamente, en nuestras opciones y decisiones concretas, en el testimonio de nuestra vida. Razón tenía quien dijo que para muchos nuestra vida va a ser la única Biblia que lean. Hace falta una «determinada determinación» para poner en acción lo que experimentamos en la Lectio. Francisco Palau confesaba que cuando él predicaba la Palabra, él era el primero para beneficiarse de lo que predicaba. La Palabra le cambiaba por dentro, lo hacía un hombre nuevo, para que así «cambiado y renovado» pudiera anunciar a los pueblos la infinita belleza de la Iglesia. Es quizás el mayor reto de nuestra existencia: dejarnos transformar por la Palabra para poder testimoniarla con fuerza y claridad.
Feliz Domingo de la Palabra.