El segundo tema de un ciclo básico sobre el carisma palautiano, preparado por la hermana Aleksandra Nawrocka. Esta vez, dado que estamos en mayo, dirigimos la mirada a María. Recordando en familia, como otros «20 del mes», la figura del beato Francisco Palau, queremos hacer llegar su carisma a los que aún no habían oído de él. Así que, siéntete libre para compartir con tus amigos. 

CARISMA PALAUTIANO 1.0

El mes de mayo en muchos países es considerado el “Mes de María”. Es el tiempo de venerar la belleza de María: una mujer que supo vivir atenta a la voz de Dios y tuvo coraje de hacerlo hasta las últimas consecuencias. Los que fuimos llamados a vivir el Evangelio en clave del carisma palautiano, estamos invitados a mirar a María como ejemplo y maestra de virtudes, acogiéndola en su papel de “Jardinera de nuestras almas”. Pero María fue mucho más que una mujer virtuosa, mucho más que un ejemplo de vida para los cristianos. En ella la Iglesia entera ve reflejada su naturaleza y su vocación.

La figura de María en la espiritualidad palautiana nos invita a una mirada más amplia.

Es justo y necesario que en cada momento nos miremos a nosotros mismos para ver en qué ya nos perecemos a María, pero también es bueno considerar a qué Iglesia nos parecemos como personas, como comunidades y grupos eclesiales, como Iglesia en su totalidad, aún con matices particulares de cada lugar. Espero que esta humilde reflexión nos ayude a todos a reconocernos Iglesia y recuperar la belleza, si en algún aspecto la hemos velado (que no creo que se pueda perder del todo…).

María en el Nuevo Testamento

Los textos que encontramos sobre María en el Nuevo Testamento están ubicados en tres partes distintas: modesta y corta mención en San Pablo (Gal 4,4) y Marcos (3,31-35), más elaborados teológicamente textos de Mateo (cap. 1-2) y Lucas (Lc 1,26-28.39-56; 2,1.52; 8,19-21; 11,27-28; Hch 1,14), y finalmente Juan y Libro del Apocalipsis donde podemos vislumbrar el significado de María para la recién nacida comunidad de la Iglesia que estaba sufriendo a causa de las primeras persecuciones y martirio de los discípulos.
Basándonos en esos fragmentos, podemos decir que María ya en este periodo de tiempo de vida de la Iglesia fue vista como una figura singular, con su misión no sólo como persona individual, sino también en referencia a la comunidad eclesial:

– Posibilita que Jesús se haga hombre, que esté enraízado en la humanidad;
– Cumple la voluntad de Dios no sólo através de aceptar ser la madre de Jesús, pero diciendo su Fiat a todo lo que pudiera venir;
– Tiene actitudes que llaman la atención de los demás y que nos hablan de su alma y espíritu;
– Permance con la comunidad después de la Ascensión de Jesús, acompañando en oración;
– Es la figura de Israel revelada a la humanidad.

Interpretación palautiana

La imagen de la Iglesia en algunos de sus aspectos que Palau hace de otras figuras femeninas en la Biblia, es completada por la figura de María y de la Mujer del Apocalipsis . En María, bendita y llena de gracia, él ve la más acabada y perfecta imagen de la Iglesia. Para él, la relación que el cristiano tiene con María recobra su fuerza y valor en la medida en la que descubrimos en ella el reflejo de la Iglesia, como si fuera en un espejo claro y limpio.

Cuando Palau se refiere a María como mujer particular, lo hace con intención de mostrarla como una realidad palpable. Siendo virgen y madre, realiza su femenidad como una mujer concreta, de carne y hueso. Es también en esta feminidad donde Palau ve la imagen de su amada Iglesia. Se basa en la Escritura, pero contempla a María con ojos de fe iluminada por su experiencia eclesial. Nota como nadie la unicidad femenina de la “bendita entre todas las mujeres” y la hace un arquetipo de la feminidad de la Iglesia.

Aceptando, apreciando y practicando con compromiso la devoción mariana propia de su tiempo, Palau no se cierra en ella, sino que con su mirada traspasa la figura histórica de María para hacer de ella el símbolo único de la Iglesia. Después de tantos años de la búsqueda del lugar de María en su vida espiritual, finalmente se le descubre como la figura e imagen perfecta de la Iglesia.

„Vi la Virgen María y su cuerpo glorificado constituyendo con Cristo, su Hijo, Cabeza de la Iglesia triunfante. Y admirándome yo de tal misterio, me dijo: “Yo soy con mi Hijo la Cabeza de la Iglesia, así como Adán y Eva lo fueron de la raza humana según la carne. Yo soy el tipo único, perfecto y acabado de la Iglesia considerada con el cuerpo de una mujer, mira en mí a la Iglesia tu Amada” (MR 8,15).

Si las demás figuras femeninas sirven a Palau para profundizar en el entendimiento de quién es la Iglesia, María aparece desde principio como la síntesis y culmen de todas ellas. Otras figuras son imágenes de algunos aspectos parciales del misterio eclesial pero en María hay totalidad y perfección que no puede ser vista en ninguna otra mujer bíblica. La descripción de las características de María le lleva a descubrir el rostro de la Iglesia de acuerdo con el plan y la voluntad de Dios. Gracias a su belleza, pureza, juventud, maternidad y fertilidad, pero sobre todo gracias a su ser virgen y madre, María es la única quien representa a la Iglesia en esas dimensiones:

„Y para que todos los pueblos, todas las lenguas, todas las naciones conocieran por este tipo el objeto de su amor que es la Iglesia, por esta causa convino a los designios de la Providencia que todas las lenguas y pueblos conocieran y dieran gloria, honor y culto a esa imagen acabada de la Iglesia de Dios. Por esta misma causa, cuanto se predica y dice de las glorias de la María, todo conviene de una manera más sublime a la Iglesia santa. Ha dispuesto Dios que en la pureza, virginidad y maternidad de María viera el miserable mortal la pureza, la virginidad y maternidad de la Iglesia santa” (MR 11, 21)

María no es solo una imagen estática de la Iglesia, pero está dinámicamente comprometida con su vida y misión. María acompaña el camino y la experiencia eclesial de cada cristiano porque „así como por Cristo vamos al Padre, por María nuestro corazón eleva las llamas de su amor hacia su cosa amada, que es la Iglesia” (MR 11, 21). Gracias a su pureza, virginidad y maternidad, todo mundo puede conocer la pureza, virginidad y maternidad de la Iglesia. Y eso es lo que quiso Dios en sus planes de salvación para la humanidad.

ESTE ES EL MISTERIO DE LA IGLESIA. Ella es siempre joven, esposa siempre pura, madre y virgen. Su fe hace posible para Cristo el encarnarse constantemente y tomar el cuerpo en el sacramento de la Eucaristía y del hermano.

Esa es la plenitud teológica del misterio eclesial expresado en dos ordinarias, simples, aparentemente contradictorias realidades: en el pan y en el hambriento, transformados en un inseparable sacramento. Esa realidad tan profunda la describe Palau en el lenguaje simbólico en forma de una representación dramática:

„Virgen: Yo represento aquí para ti, oh ministro del altar, a toda la congregación de los santos, la Iglesia santa. Dime ¿amas a la Iglesia?
Sacerdote: Virgen bella y pura, vos sabéis que la amo.
Virgen: ¿La amas?
Sacerdote: Vos lo sabéis. Tal cual soy, miserable mortal concebido entre las inmundicias y putrefacción de la carne, yo no soy cosa mía; soy todo de ella, tal cual me veis aquí. De nuevo me entrego a ella, vivo y viviré por ella, vivo y moriré por ella […]
Virgen: Yo represento aquí tu Esposa, la Iglesia santa, y en nombre suyo yo acepto la ofrenda y el sacrificio: perteneces ya a tu Esposa, eres todo suyo. Durante el tiempo que vivas sobre la tierra, ámala, sírvela de padre y de esposo; ella sabrá corresponder a tu amor” (MR 1,29-30)

En esos textos Palau nos muestra con qué profundidad ha entendido la idea teológica de la maternidad divina en su dimesión de servicio. La Madre de Dios es en realidad la Sierva del Señor quien interpreta su misión de maternidad en la línea del “Siervo de Yahvé”, como servicio a la humanidad. Es así como la voluntad salvadora de Dios se está cumpliendo en su vida. Esa dimensión de maternidad Palau otra vez la refiere a la Iglesia y a sí mismo, como el eco e inevitable consecuencia de su unión con Ella. Se convierte en la fuente de su continuo descubrimiento de sí mismo como padre y esposo de la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia. Su servicio consiste no sólo en la actividad física que desarrolla a favor de la comunidad de los creyentes, pero permanece como una actitud interior de total y permanente ofrenda de su propia vida para Ella.

Y a ti, que acabas de leer esas palabras, te invito a que en esa María contemplada por Francisco Palau, te contemples a ti mismo, a tu familia, tu comunidad, tu Iglesia local. ¿Queda aún visible algo de esa belleza…?

Aleksandra Nawrocka CMT

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