José, padre de la Iglesia. Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, el Papa confiesa el deseo de que -como dice Jesús- “la boca hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana.
En este tiempo de pandemia que estamos viviendo ¡cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad! Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos». Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
San José sigue siendo ese padre de la Iglesia, Dios y los hombres, en palabras de Francisco Palau, que sufre en silencio, que acoge y sostiene solidariamente a su hermano, que está junto a aquel que le necesita… José sigue siendo padre y modelo para la Iglesia, para el hombre de hoy.
ORACIÓN A SAN JOSÉ
San José, guardián de Jesús y casto esposo de María:
tú empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber.
Tú mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que se vuelven confiadamente a ti.
Tú conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Ellos se dirigen a ti porque saben que tú los comprendes y proteges.
Tú también supiste de pruebas, cansancio y trabajo.
Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida,
tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría
debido al íntimo trato que gozaste con el Hijo de Dios
que te fue confiado a ti, a la vez que a María, su tierna Madre. Amén.
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