Hoy le toca a la hna. Susana. Enviada a misionar como miembro de la comunidad «La Purísima» de Torrevieja. Una experiencia entre los más jóvenes, del colegio que linda con la vivienda de las hermanas que es a la vez residencia de personas mayores y lugar de su tarea apostólica. Nos cuenta un poco… Hace ya tiempo que dejamos caer esta pregunta:
¿Cómo es la vida de una religiosa joven en una residencia de personas mayores?
Quizá está pregunta a más de uno se os ha pasado por la cabeza, personalmente a mí nunca se me había ocurrido, hasta que se me invito realizar este escrito. La vida en una residencia de ancianos desde fuera la suelen ver tan compleja y se percibe tan diferente según la vivencia de cada uno. No quiero hacer este relato detalladamente según los horarios, me gustaría comunicaros mi experiencia desde lo más profundo de mí, desde lo humano. Por lo normal, comenzamos el día en comunidad con la oración de Laudes, en ocasiones seguido de eucaristía, oración personal y, a continuación, el desayuno. Mi servicio en esté centro es de ayudar a los trabajadores y asistencia espiritual a los residentes, llevando la comunión, el rezo del rosario y brindando espacios para la escucha. Cada primer miércoles del mes, compartir con ellos la celebración eucarística. En una residencia, aparte del asistirlos en el aseo o acostarlos, los residentes desayunan y disfrutan de actividades como gimnasia, manualidades, ejercicios de memoria. Salvo las dos primeras cosas, yo suelo realizar las otras, acompañando a los residentes y echando una mano a las responsables de dicha actividad. Yo suelo decir, y es lo que siento, que para estar en un lugar como este lo que necesitas es tener vocación. Es ver a esa persona que dio su vida entera, que ahora no se puede mover y solamente con su mirada te lo dice todo. También está esa otra que te busca, simplemente para que estés a su lado y se sienta escuchada, acogida con todo lo que te comunica. E incluso está esa otra que se muestra muy arisca, que se queja por todo y gruñe a diestra y a siniestra, pero cuando siente el calor de amor se ablanda y acepta esas caricias que antes reusaba. Concluyendo este relato, yo diría que mi vida como carmelita misionera teresiana joven, es un darme a los demás, de lo que yo tengo, sin dejar nada guardado. Es un mirar y cuidar e intentar que no les falte nada, y sin darme cuenta es un recoger más de lo que yo doy. Porque ellos aparte de su experiencia y sabiduría me dan su amor que es inmenso. Recuerdo las palabras de nuestro fundador, el beato Francisco Palau, que en la Legislación para los que le seguían tenía una consigna al respecto: «A los hermanos ancianos… se les tratará con todo amor» (Leg. III, 150). Y finalizo con unas palabras del Papa Francisco: “La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos.»