El primer paso para descubrir la belleza de la Iglesia es “mirar” a María, mostrar su belleza, sus virtudes y perfecciones. Escribe el P. Palau:

“Todo cuanto hay y se predica de perfecto, de puro, de santo, sobre María, conviene de una manera mucho más excelente y sublime a la Iglesia”. (MR 11,19)

Todas las virtudes de María son presentadas en sentido único, todas confluyen en un punto: su misión de corredentora, su cooperación voluntaria y eficaz en la salvación del género humano. La virtud, escribe Palau, es “Una cualidad que hace bueno al que la tiene y buenas todas sus obras” (MM I,2).

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