“Mírale en este cuerpo”

 

Tras recordar que él mismo ha denunciado repetidamente la tendencia de mercantilización del otro, el Papa Francisco nos recuerda que una de las manifestaciones “más dramáticas de esta mercantilización” es, precisamente, la trata de personas que, en sus múltiples formas, “constituye una herida en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida profunda en la humanidad de los que la sufren y de los que la llevan a cabo”.

De hecho, el Papa afirma que “la trata desfigura la humanidad de la víctima, ofendiendo su libertad y dignidad”.

Y, al mismo tiempo“deshumaniza a quienes la llevan a cabo, negándoles el acceso a la vida en abundancia”.

Luchar contra la trata y a favor del rescate de los supervivientes

De manera que – nos dice el Santo Padre – “todas las acciones que buscan restaurar y promover nuestra humanidad y la de los demás están en línea con la misión de la Iglesia como continuación de la misión salvífica de Jesucristo”.

Y esta valencia misionera se manifiesta de modo evidente “en la lucha contra todas las formas de trata y en el compromiso por el rescate de los supervivientes”; “una lucha y un compromiso que también tiene efectos benéficos sobre nuestra misma humanidad, abriéndonos el camino a la plenitud de la vida, fin último de nuestra existencia”.

Éxodo 3,7-15

Y el SEÑOR dijo:

Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo

que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces,

pues estoy consciente de sus sufrimientos.

Y he descendido para librarlos de la mano de los egipcios,

y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa,

a una tierra que mana leche y miel…

Y ahora, he aquí, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí,

y además he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

Ahora pues, ven y te enviaré a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto.

Pero Moisés dijo a Dios:

¿Quién soy yo para ir a Faraón, y sacar a los hijos de Israel de Egipto?

Y Él dijo: Ciertamente yo estaré contigo,

y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta:

cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte.

Entonces dijo Moisés a Dios: He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo:

“El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros,”

tal vez me digan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé?

Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY.

Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “YO SOY me ha enviado a vosotros.”

Dijo además Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel:

“El SEÑOR, el Dios de vuestros padres,

el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob,

me ha enviado a vosotros.”

Este es mi nombre para siempre,

y con él se hará memoria de mí de generación en generación.

Dios, es siempre sensible al dolor de su pueblo, al dolor de sus hijos e hijas más vulnerados. Ese Dios que nos ama con locura y que sufre con nuestros sufrimientos nos invita a colaborar en su obra salvadora.

No puedes, no podemos, quedarnos impasibles.

Reaccionemos ante el inmenso dolor de tantos hermanos y hermanas nuestros. No cerremos los ojos o miremos hacia otro lado.

Ese cuerpo dolorido, esa persona vejada, ese niño vendido

ES EL MISMO CRISTO.

¿CÓMO DIRIGIRNOS A ÉL SI NO QUEREMOS VERLO EN LA REALIDAD DE SUS MIEMBROS MÁS DOLORIDOS?

“Que cada uno de nosotros se sienta comprometido en ser voz de nuestros hermanos y hermanas humillados en su dignidad.”

(Papa Francisco)

 

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