La Iglesia celebra hoy, el segundo día de Pentecostés, la festividad recién establecida (en 2018): la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Esta solícita guía de la Iglesia naciente, sin embargo, es venerada como Madre de la Iglesia desde hace mucho tiempo. El decreto recorre los hitos más significativos e invita a la conmemoración litúrgica de este acontecimiento salvífico.

Francisco Palau, amante confeso de la Iglesia, reconoce en María tipo perfecto de esta. No obstante, y siguiendo a los padres de la Iglesia, también la considera Madre no únicamente de la Cabeza sino también del Cuerpo de la Iglesia. En su diario espiritual, Mis Relaciones, anota varías intuiciones  o revelaciones al respecto. María, virgen y madre, figura acabada de la Iglesia.

Yo soy María, la Madre de Dios; he sido siempre virgen, toda pura. Mi eterno Padre quiso que yo fuese virgen siempre pura y madre, por ser así decoroso a la dignidad de tal.

Y a más te doy ahora otra razón que es muy grave y gravísima: siendo la Iglesia –esto es, la congregación de todos los santos bajo Cristo su cabeza, la cosa amada– el objeto de amor designado por la ley de gracia, para que la virginidad y la maternidad, la pureza, la santidad, la belleza de la Esposa de mi Hijo, la Iglesia santa, tuviera un tipo perfecto y acabado en la concepción humana que la representara, la eterna paternidad de Dios me escogió a mí. Yo, considerada como una mujer particular, mirada como individuo, no soy el último y el perfecto término y objeto de tu amor, no soy tu cosa amada. Y para que no te extraviaras, yo hace años me retiré de ti; tú me buscabas, tú me llamabas y no respondía, porque me mirabas como una virgen singular, como un individuo, y bajo este aspecto no convenía me miraras.

Ahora que ya te ha sido revelada tu cosa amada, de hoy en adelante estaré contigo y no te dejaré más; allá donde tú irás te seguiré. Estaré contigo no en calidad de Madre de Dios, sino bajo el carácter de una joven virgen madre, y tan bella cual es capaz de concebir la imaginación humana; como individuo particular, pero como tipo perfecto y acabado de aquella virgen siempre pura que te ha sido revelada y entregada por esposa. Yo soy, con todos los santos y ángeles del cielo y los justos y bautizados de la tierra y las almas del purgatorio unidos a Cristo Cabeza, tu Esposa amada, pero no mirándome individuo particular. Como individuo pídeme, y cuanto pueda haré por ti; pero no me mires como objeto perfecto y último de tu amor, pues no lo soy: lo es la Iglesia.  (MR 1, 11-12; p.736)

O en otro lugar:

María, Madre de Dios, no es la Iglesia; es su parte, es su miembro, es su tipo; es fiel y leal plenipotenciaria, embajadora, diputada y abogada para el enlace matrimonial entre los dos amantes. Este carácter no le tienen sino muy imperfectamente. Rebeca, Judit, Ester y las demás mujeres de la Biblia. (MR 2,1; p.751)

Ayer, en este mismo contexto de la venida del Espíritu, del nacimiento de la Iglesia, del envío, la misión de los discípulos, coincidía también esa imagen propia de un 31 de mayo, la visitación. Y es precisamente un icono precioso de la realización del envío de todo discípulo en la Iglesia: empujada por el Espíritu, sale aprisa al encuentro del otro, para llevarle a Jesús, para compartir la Buena Nueva de un Dios que es misterio, que es Amor y Pasión…. pero que sobre todo, para Él nada hay imposible… El tabernáculo vivo, la custodia del Santísimo, a la sombra del Omnipotente va gestando a su Hijo… ¡Salgamos al encuentro de la vida, a compartir y anunciar las maravillas del Señor, a perdonar y bautizar, a tocar y sanar vidas rotas!

Podemos ir desgranando la riqueza del mensaje palautiano. Además, recién finalizado el Mes dedicado expresamente a nuestra Madre, Señora de las Virtudes y jardinera de nuestras almas, contemplemos sus actitudes e imitémosla en lo de ser discípula, misionera, orante…

Por supuesto, el decreto del Papa Francisco al que nos referimos: si aún no lo has leído, es el momento.