Una comunidad de la delegación de Asia, un testimonio, una vivencia profundamente palautiana. Como María bajo la cruz, que ha escuchado a Jesús decir: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Gracias, hermanas, por compartir esta experiencia en el séptimo aniversario del Centro Francisco Palau.

“Estas son mis hijas y vuestras hijas (dice la Iglesia): amadlas con el amor con que yo las amo y cuanto hiciereis a una de ellas, lo hacéis a mí. Yo estaré con vosotras, en medio de ellas; educadlas, enseñadlas”.

(Francisco Palau OCD, Carta 88)

Han pasado ya 7 años desde que, inspiradas por estas palabras de Francisco Palau, las hermanas CMT en Pangantucan empezamos caminar juntas con las jóvenes reunidas en el Centro Padre Palau.

Cuando nuestra comunidad llegó a Pangantucan (hace casi 11 años), el primer apostolado que nos fue encomendado fue el trabajo pastoral en la Parroquia de San Isidro Labrador. Las hermanas se involucraron en catequesis, formación de los líderes, construcción de la comunión por medio de los BECs (las comunidades de base), administración en la escuela parroquial, y muchos otros pequeños servicios para el bien de la comunidad.

Pero pronto las hermanas empezaron a sentir otra necesidad de la Iglesia: esas jóvenes que no podían continuar su educación secundaria por culpa de la pobreza. Ese es Bukidnon: el lugar de las montañas. Aunque haya dos escuelas secundarias, las dos están localizadas en el centro. Es muy difícil acceder a ellas si una vive en un lugar lejano, sin tener algún medio de transporte, medios para mantenerse en una habitación alquilada, medios para pagar los proyectos en el colegio. ¿Resultado? Muchas jóvenes prefieren (o son forzadas a) ir a trabajar en el campo, casarse a una edad muy temprana (14-15 años) y simplemente continuar su vida en la pobreza heredada de sus padres. Mientras unas se sienten bien con este escenario, otras sueñan con una vida mejor, otro futuro alternativo.

Con todo eso en la mente, las hermanas inventaron este proyecto: crear una casa, un refugio para las jóvenes quienes desean continuar su educación; un lugar donde se sientan seguras y donde se las ayude en su situación de marginalización.

El 25 de mayo de 2013 el primer grupo de 16 residentes llegó al Centro. El 2 de junio, nuestro obispo José A. Cabantan oficialmente bendijo y abrió el Centro.

Y empezamos a ser madres. No fue fácil. Aún no lo es. Luchar por crear una casa para esas chicas que provienen de diferentes familias, culturas, lugares… Compartir con ellas nuestra vida, acercándonos a ellas… Ser “segundos padres” (a veces únicos que tengan) … El proceso de mutua aceptación es a veces doloroso. De las 16 chicas que empezaron aquel junio de 2013, sólo 6 se graduaron de la secundaria. Otras escogieron otra vida, encontraron otros apoyos, se mudaron a otros lugares, se casaron a ya tienen sus propias familias. Aún así, somos muy felices de poder haberlas encontrado en un momento de sus vidas y, quizás, haberlas dado un poco de esperanza de un futuro mejor.

Es muy motivador verlas cambiar. Una de ellas durante la primera entrevista compartió que quería entrar en el Centro Palau para dejar ya de vivir esa vida de pobreza y miseria. Y es verdad, para muchas de ellas (si no para todas), ser miembro de Palau es la única oportunidad para acabar el colegio. Tiempo va pasando, y ellas empiezan a soñar con más y más: ya no es sólo escuela secundaria, ¿por qué no una universidad? De las 6 que ya se graduaron, 5 continúan sus estudios universitarios, esperando que un día podrán encontrar un buen trabajo, ayudar a sus familias, y de alguna manera pagar de vuelta al Centro ayudando a otras jóvenes que viven en una situación similar a la suya.

Y también puedo decir que formar una familia con ellas ha cambiado la vida de las hermanas, de cada una de las que tuvimos el privilegio de servir aquí en Pangantucan. Es un estilo diferente: no son las 8 horas de oficina, pero una misión que lleva a compartir la vida 24/7. Una puede aprender mucho sobre sí misma, limitaciones propias, disponibilidad para sacrificar comodidades, apertura a los que son diferentes, capacidad de construir juntas con las que son consideradas nadie en la sociedad. Creo que es una “vocación dentro de la vocación”, y la oportunidad más grande de crecer que yo he recibido en toda mi vida.

Después de 7 años, esperamos que el Centro continúe creciendo, sirviendo, construyendo. Esperamos poder acoger más jóvenes (22 en vez de 16, si sólo la pandemia nos lo permite). Esperamos continuar organizando cursos profesionales para los que necesitan tener más cualificaciones para encontrar un trabajo mejor. Esperamos continuar cambiando las vidas, dando esperanza, compartiendo sueños de un futuro mejor.

 

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fuente: asia.cmtpalau.org