A continuación, la exposición del panorama post-pandemia desde el área de psicología. Arantza Yubero responde a varias preguntas:

  • ¿Cómo ha afectado la pandemia a las personas, en lo mental, emocional, afectivo, relacional?
  • ¿Cuáles son las causas o trasfondo? (depresiones, fobias, manías, adicciones, violencia, ira, neurosis, etc.)
  • ¿Qué pasos tomar como individuos, ciudadanos, estados? …como cristianos?
CUANDO EL ENEMIGO ES INVISIBLE, PERO MATA, AISLA, Y ARRUINA… EL DOLOR, LA RABIA Y EL MIEDO SE CONVIERTEN EN LAS DEFENSAS QUE NOS PUEDEN MATAR, AISLAR Y ARRUINAR

Agustín tiene 42 años. Salió de prisión en Tercer Grado después de 18 años cumpliendo condena. Su hijo, de 16 años, embarcado en un proceso de cambio de sexo y su mujer, sobrevivían con ingresos mínimos.  Logró trabajo al poco tiempo descargando camiones. Llegó la Covid, le echaron del trabajo, también a su mujer. Le sobrepasaba el proceso de su hijo. Sabía que delinquiendo los recibos se pueden pagar. Está en búsqueda y captura. 

Gloria, es auxiliar de geriatría en una residencia, tiene continuos dolores de cabeza e insomnio. Cada noche los ancianos que murieron en la residencia, sus historias, aparecen como fantasmas que se sientan al borde de su cama y la mantienen despierta durante horas cada noche.

José tiene desde hace varios años un negocio de hostelería. Lo que siempre le ha hecho reír ahora le saca de quicio y su hijo de 6 años le mira con asombro ante sus arranques de ira sin reconocerle. Luego se sumerge en un mar de culpa y la vergüenza con la que se mira a sí mismo no le permite nadar a la orilla. Su mujer le ha pedido el divorcio. No puede ni con su tristeza ni con su silencio ni con su queja constante respecto a que no quiere ir a trabajar para evitar enfrentarse a un recinto vacío, para no decir a sus trabajadores que si esto del Covid no se acaba… se acabarán sus contratos.

Blanca es orientadora escolar. En su centro, detectan muchos casos de menores que viven situaciones de alta conflictividad familiar. No deja de pensar cuántos de ellos han podido ser abusados sexualmente, maltratados, como efecto de la desesperación de los adultos con los que convive.

Esto es sólo un esbozo, con nombres e historias reales, del modo en que la pandemia ha golpeado a toda la humanidad, aunque no a todos con la misma fuerza. Los más pobres y excluidos siempre son los más castigados; pero en esta ocasión, quizás hay otros colectivos hacia los que dirigir la mirada en lo que a la salud mental se refiere.

La incertidumbre en la salud y en la economía, con su ataque a la supervivencia en cualquiera de sus formas (física, relacional, laboral, etc.) es el aire que respiramos una gran mayoría cotidianamente a través de nuestras mascarillas y no encontramos gel desinfectante que elimine:

  • de nuestras manos: la impotencia y la rabia por la falta de medios con los que combatir la pandemia, la pérdida de personas, de trabajo, de ingresos, de rutinas laborales, formativas o de ocio, la pérdida del tiempo y la vida compartida libremente, la pérdida de la oportunidad de acompañar físicamente a los afectados en su proceso y a quienes mueren, despedirlos con los rituales necesarios para dejarles ir y podernos quedar algo más serenos y menos rotos.
  • de nuestra cabeza: la incertidumbre, las preocupaciones, los pensamientos catastróficos-intrusivos y rumiantes, la hipocondría, la desconfianza en instituciones y gobierno por una respuesta tardía e insuficiente,
  • de nuestro corazón: la soledad, la pena, el enfado, la ansiedad, el miedo, la añoranza de lo que teníamos. No hay gel que elimine la vivencia de culpa: por aquellos a los que no hemos podido atender ni salvar, por no haber podido estar más cerca de nuestra gente, por haber sido vehículo del virus para otros, etc.

Lo que estamos viviendo es, además, una experiencia que implica el abandono y repliegue masivo de los espacios públicos que configuraban, hasta hace muy poco, una parte fundante de nuestra cotidianidad: jardines infantiles, colegios, gimnasios, bares, calles, plazas y parques eran espacios de intercambio y socialización. En ese sentido, la pandemia constituye un fenómeno que provoca la separación de los lazos afectivos y la discontinuidad de la vida cotidiana, y que irrumpe abruptamente en las rutinas y vínculos con los otros significativos.

Todo lo mencionado, son elementos del duelo vital al que nos enfrenta la COVID-19, que han generado un incremento de las emociones negativas o displacenteras, de las patologías mentales y una disminución de las emociones ligadas a la felicidad y la satisfacción.

El 10 de octubre de este año, con motivo del Día de la Salud Mental, la Organización Mundial de la Salud (OMS, publicó un estudio realizado en 130 países, entre junio y agosto de 2020,  acerca de los efectos ‎devastadores de la COVID-19 sobre el acceso a los servicios de salud mental, indicando que la pandemia ha paralizado o dificultado gravemente el funcionamiento de los servicios de salud mental esenciales en el 93% de los países del mundo en un momento en el que aumentaba exponencialmente la demanda de atención. Aunque numerosos países (70%) han adoptado la telemedicina o la teleterapia para subsanar en parte, las ‎perturbaciones de los servicios de atención presenciales, pero en otro, no ha habido alternativa.

Aun no hay datos de investigaciones a nivel mundial, pero los ya existentes y la experiencia práctica de quienes trabajamos en el ámbito de la psicología y vivimos el aumento de las demandas de tratamiento, confirman que la pandemia, no sólo ha potenciado el malestar psicológico de personas con un mayor nivel de vulnerabilidad, como las que ya parten de una situación previa de contacto con la salud mental (generando recaídas en personas estables o aumentando la gravedad del trastorno), sino que a ellos se suman personas que tras pasar por esta situación están padeciendo:

  • estrés post traumático (EPT) – especialmente presente en personal sociosanitario y empleados de crematorios, donde los pensamientos intrusivos, flashback, ansiedad y trastornos del sueño están siendo habituales.
  • duelos complicados, anticipatorios (por vivir como presente una posible pérdida futura de aquellos seres queridos con alto riesgo) y congelados (pérdidas que no se han podido elaborar y que dejan a la persona en un estado de embotamiento afectivo con dificultad para expresar los sentimientos) – patentes en quienes han perdido familiares, pacientes y/o residentes, así como en personas que tienen familiares con alto riesgo.
  • depresión, ansiedad, ataques de pánico, fobias que derivan en conductas compulsivas o evitativas, (significativa esta sintomatología también en el personal docente, en los autónomos de la hostelería y comercios, en empleadas de hogar y cuidadoras).
  • conflictos relacionales e incremento de la violencia intrafamiliar (de género, de menores a progenitores, de adultos a tercera edad).
  • incremento de conductas autolíticas y de suicidios consumados, sobre todo en la población con trastorno mental grave y en quienes se han visto abocados a la ruina económica.
  • aumento de conductas adictivas (alcohol, drogas, juego, compras, comida).

Y en esta situación, consciente de que la salud mental de muchos está en riesgo, hay algunos colectivos que, a mi modo de ver, son especialmente vulnerables, además de los ya mencionados, por formar parte de los colectivos invisibles e invisibilizados de nuestra sociedad. 

En primer lugar, los menores. El hogar debe ser la primera línea de defensa y protección del niño. Los factores estresantes que todos conocemos, relacionados con la Covid-19, están amenazando esa defensa y pueden aumentar el riesgo de daño a los NNA que ya están atrapados en situaciones de abuso y abandono. Estos factores también pueden aumentar la posibilidad de que los cuidadores excesivamente estresados se vuelvan violentos o abusivos. Estas nuevas tensiones se producen, además, en un momento en que los niños son menos visibles para las personas y los profesionales que normalmente se dedican a su protección, y cuando los servicios de bienestar infantil y familiar están sobrecargados y desorganizados (Alianza para la Protección de la Infancia en la Acción Humanitaria, 2020, p. 2).

Por otra parte, la forma de vida que generan los confinamientos y las restricciones, generan que NNA pasen más tiempo en internet sin supervisión paterna. Se calcula, de hecho, que el número de acosos a menores por esta vía (grooming) ha aumentado entre un 100% -200%. Importante reseñar que se ha incrementado la consulta de portales de darknet en busca de material gráfico de abuso infantil y de intercambio (para la trata de menores) así como la visita a portales de pornografía en la clearnet. 

En segundo lugar, las mujeres prostituidas y las víctimas de trata, han quedado fuera de las calles, pero no al margen de la explotación; han sido trasladadas a los domicilios de los puteros, confinadas en pisos y obligadas a ser abusadas, también a través de la tecnología; pero, aun así, la disminución del número de abusos a los que han sido sometidas han reducidos los ingresos y aumentado la deuda con los proxenetas. Han experimentado un aumento de todas las sintomatologías habituales, pero especialmente de la disociación como fruto de la retraumatización que supone el confinamiento y les conecta con el tiempo de secuestro ligado al proceso de tráfico humano y trata.

Los inmigrantes, que quedan sin trabajo y en tierra de nadie por no poder volver a sus países debido al cierre de las fronteras; especialmente grave la situación de los indocumentados que están en centros con un alto nivel de hacinamiento y desatención. Angustia incrementada por la incertidumbre respecto a la situación de sus familias en los lugares de origen, por la falta de medios de atención, porque han sido estigmatizados culpándoles del aumento de los contagios. La Covid no discrimina, pero la sociedad sí.

Finalmente, me quiero referir a las Personas sin hogar que han quedado de nuevo en la calle tras el primer confinamiento, en el que la mayor parte fueron atendidos en alojamientos colectivos, con el alto riesgo que esto supone y que nos hace preguntarnos si el objetivo era preservarlos del contagio o evitar que contagiaran a otro. Terminado el primer periodo, de nuevo están en la calle abandonados a su suerte.

Obvio que la resiliencia existe, y que la capacidad de muchos seres humanos de salir fortalecidos de esta situación es innegable, pero esto no puede desviar nuestra mirada de la pandemia que ya está presente: la del impacto en la salud mental.

FRENTE AL ENEMIGO INVISIBLE, PODEMOS TENDER MANOS VISIBLES QUE ABRACEN EL DOLOR, CONTENGAN LA RABIA, PROTEJAN DEL MIEDO.

 

Canta mi querida Emilia Arija:

“Si se cierran se vuelven un puño, que amenaza, que irrita y golpea
Pero si abres los dedos, se vuelven manos abiertas
Que acarician, piden y trabajan, y que adoptan un gesto de espera,
Que saludan, que invitan y dan… son puentes… ofrecen amistad sincera
Manos incansables que derrochan consuelo en las penas,
Manos fuertes, manos con calor, que se aferran a otras con fuerza
derribando los muros del miedo … y comparten risas y dolor,
Manos abiertas.”

En estas frases se concentra aquello que sí podemos hacer, aquello a lo que estamos llamados, por ser ciudadanos del mundo, por ser creyentes, por ser parte de la familia palautiana. De la mano del Papa Francisco, tal como nos invita en la Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, hemos de “repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y, sobre todo, el sentido de nuestra existencia”.

Debemos ser MANOS QUE DENUNCIEN para HACER VISIBLES A LOS INVISIBILIZADOS. Tenemos que denunciar públicamente y participar en el juego político para cambiar las estructuras macrosistémicas que favorecen la desatención de los más vulnerables.

  • La inclusión de consideraciones psicosociales y sobre salud mental en la respuesta nacional a la COVID-1.
  • Trabajar para que se puedan aumentar los presupuestos nacionales de salud destinados a la salud mental, que antes de la pandemia, no llegaban al 2% en el mundo, y al 5% en España.
  • Garantizar una atención ininterrumpida en persona para las personas con trastornos mentales graves definiéndola como servicio esencial que debe seguir prestándose durante la pandemia.
  • Colaborar con las organizaciones vinculadas al rescate de víctimas del tráfico, la trata y la explotación sexual, para exigir una LEY CONTRA LA TRATA, inexistente en nuestro país, para que cada ser humano no sea tratado como un medio sino como un fin en sí mismo.
  • Generar una cultura inclusiva, de cuidado mutuo, en la que las medidas se tomen para proteger a todos y no sólo a la población que socialmente se considera económicamente productiva.

Debemos ser MANOS QUE ABRAN CAUCES PARA QUE LA AYUDA LLEGUE A TODO EL QUE LA NECESITE:

  • Las intervenciones digitales en salud mental deben de ser mantenidas junto a las presenciales en el abordaje de la ansiedad, la depresión, la autolesión y el suicidio, intervenciones terapéuticas combinadas y automatizadas (como aplicaciones y programas en línea),llamadas telefónicas y mensajes para llegar a las personas con recursos digitales más pobres (pobreza digital), evaluaciones de riesgo de suicidio, líneas de chat y foros dirigidos a diferentes poblaciones.
  • En la tercera edad y las patologías mentales, el seguimiento de la soledad y la intervención temprana son prioridades importantes. De manera crucial, reducir los sentimientos sostenidos de soledad y promover la pertenencia son mecanismos candidatos para protegerse contra el suicidio, la autolesión y los problemas emocionales. Imprescindible, para ello, la elaboración de mapeos en nuestras zonas de influencia (colegios, parroquias, etc.) para localizar a las personas o familias vulnerables, establecer una red de apoyo comunitario (vecindario, comercios de barrio, etc.), y organizar dispositivos de asistencia comunitaria presencial y telemática.

Debemos ser MANOS QUE CAMINEN DE LA MANO DE OTROS:

  • Generando procesos participativos en los que cada quien sea “protagonista de su propio rescate[i], y para ello, los profesionales en la intervención comunitaria, debemos de salirnos del rol de expertos y poner el conocimiento al servicio del liderazgo compartido. Debemos seguir apelando a la responsabilidad colectiva. O nos salvamos juntos o no nos salvamos. Un modo de hacerlo es relanzar o crear de nuevo grupos de apoyo asentados en la dinámica de la ayuda mutua en la que el profesional sea dinamizador, acompañante. Grupos que respondan a necesidades de los colectivos cercanos a nuestro ámbito geográfico de influencia, pero que salgan, sobre todo, al encuentro de los que no cuentan para nadie.

 

Arantza Yubero Fernández

Nº Colegiada M-25701

 

[i] Mensaje para la 106 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 /13 de mayo de 2020): L’osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (22 mayo 2020), p.5

Arantza Yubero – Psicóloga Sanitaria y Trabajadora Social, con formación postgrado en Terapia Sistémica, Psicoterapia Grupal, Adicciones y Evaluación de Programas y Políticas Públicas. 

Desarrolla su carrera profesional en diferentes ámbitos. Desde 1993 trabaja en Proyecto Hombre, centro de tratamiento de adicciones, habiendo ocupado cargos de dirección y coordinación terapéutica en dispositivos residenciales y ambulatorios.

En 2012 inicia la práctica privada.

Se incorpora en 2014 como Profesora Colaboradora en la Universidad Pontificia de Comillas, impartiendo la asignatura “Intervención en ámbitos de exclusión social” en la Facultad de Psicología y Criminología, así como en la dirección de Trabajos de Fin de Grado y Máster. En 2016, entra a formar parte del equipo de profesionales de la Unidad Clínica de Psicología de la Universidad, en el equipo de tratamiento de adultos y en el equipo de atención a la Vida Religiosa.

Realiza, desde 2018, acompañamientos formativos en las Carmelitas Misioneras Teresianas.