Como palautianos, y a la luz de Laudato si: ¿cómo podemos restaurar la imagen de la Iglesia vejada a causa de los estragos a la casa común?

La hermana Marta invita a imaginar caminos para restaurar la imagen rota y herida de la Iglesia por el daño causado a nuestro hogar común. Y a ponernos en movimiento.

Se desplaza a uno de los lugares que frecuenta ella como acompañante de la gente que por diversas razones vive en la calle, espacios habitualmente ocupados por los marginados de la sociedad, para desde allí decir una palabra. Cómo empezar a usar nuestra mirada para ver la realidad, lo que está pasando, lo que estamos viviendo como humanidad.

“Estamos siendo testigos de un movimiento migratorio de tal magnitud que las personas salen de su tierra dejando todo lo que han conocido, porque no tienen futuro, porque buscan la felicidad a la que han sido llamados, porque todo el pueblo, como dice «Laudato Si», ha sido llamado a ser feliz, a vivir en su más profunda dignidad, a vivir en su dignidad de hijos e hijas de Dios. (…) Lo que más me conmueve es, como dice «Laudato Si», que vivimos en la cultura del descarte donde vemos que de una manera brutal que vivimos en un mundo de plástico, en el mundo de la basura.”

Una cultura que está invadiendo no sólo las cosas, no sólo la tierra, sino también nuestras relaciones.

¿De qué manera, al estilo palautiano, restaurar la imagen rota de la Iglesia?

En primer lugar, revisar nuestro estilo de vida a la luz del Evangelio y el estilo de vida de Jesús. Y a continuación, dejarnos cuestionar por la realidad, por nuestro entorno, por cómo viven las personas cercanas a nosotros. Ese paso exige un salir fuera.

“Puede ocurrir que veas muchas cosas y muchas pobrezas y te sientas desanimado, abrumado, porque verás que no puedes alcanzarlas todas. Puede suceder. Pero si ves esta Iglesia, si ves este daño, aunque sólo con tu oración podrás ayudar. Así que el segundo paso es dejarnos cuestionar y concretamente salir a ver y contemplar de qué manera. A veces será salir físicamente, salir a pasear y ver un lugar donde se vive. Puede ser durante muchos años desde otro punto de vista, porque ahora mirará con gafas palautianas, con gafas de Francisco Palau que miraba la realidad, la Iglesia con los ojos del amor, con los ojos del compromiso, con los ojos del deseo de elevar la dignidad del prójimo. Mirarás esta realidad con los anteojos del Evangelio.”

Siguiente movimiento: pasarlo por el corazón y tomar una actitud de » voy a aportar mi grano de arena», para de esta manera construir la cultura de la vida, restaurar la dignidad de nuestros hermanos. Buscar con creatividad renovadora, evangélica, las formas de actuar. Diferirá según los lugares.

En el lenguaje de Francisco Palau sería vivir con pasión por Dios y el prójimo, vivir la pasión por la Iglesia. Una pasión que se refleje en la vida cotidiana. Cada encuentro que tenemos con una persona puede ser un encuentro que restaure esta dignidad, que sane, y eso debería ser también un paso en nuestro camino: vivir el modo en que cada encuentro con el otro sea sanador, que cada encuentro sea significativo. Que nuestra vida cotidiana esté en la clave de esta cultura del amor, clave de Francisco Palau, clave del amor.

Un sueño por hacer realidad: una nueva solidaridad donde cada ser humano sea importante. Donde vivamos en comunidades, familias, barrios fraternales, alegres, abiertos y acogedores.

 

HNA. MARTA FARON CMT, natural de sur de Polonia. Su andadura en la congregación de Carmelitas Misioneras Teresianas comenzó una vez terminado el bachillerato.

La etapa de noviciado realizó en Chile, experiencia que ha marcado su vida, ensanchándole el corazón y abriéndola a diversas realidades la Iglesia universal. Los 5 años de juniorado realizó apostolado en el Colegio Escolanía de los Infanticos del Pilar, perteneciendo a una comunidad interprovincial. Enriquecida con aquellas experiencias hizo sus votos perpetuos.

Enviada a su tierra natal compagina el trabajo social como streetworker (educadora de calle) con los estudios de psicología en la Universidad de Gdańsk. Su comunidad, signo visible de la comunión – también intercultural-, intenta dar respuesta a las diversas necesidades en la parcela de la Iglesia ubicada en el norte de Polonia (Sopot).