Breve recorrido por su historia
H Fortunata nació el 14 de febrero de 1929 en Villarejo, Teruel, en una familia de tres hermanas y un hermano, éste murió a la temprana edad de 24 años en la familia una profunda herida de la que sus padres difícilmente se repondrían. Ella vivió esta pérdida con mucho dolor y siempre lo traía a la memoria. A los 19 años sintió la llamada del Señor e ingresó en la congregación. Hizo el noviciado en Tarragona donde profesó el 7 de julio de 1949.
Su primer destino fue Barcelona, Clínica Corachán, donde se inició en el cuidado de los enfermos y permaneció hasta la profesión perpetua que hizo en la Casa Madre en 1954, A decir de algunas hermanas que estuvieron con ella, Fortunata fue perdiendo la salud a causa de la escasez de alimento en aquellos años de postguerra y del trabajo continuo. Estuvo unos años en Aracena, Huelva, dedicada a la pastoral de la salud, actividad que ejerció siempre. De ahí pasaría al hospital Vázquez Díaz, de tuberculosos Huelva, Allí estuvo en la parte de Rayos y tanto aprendió el oficio que clarificaba a los médicos a la hora de interpretar las placas.
Siempre responsable, trabajadora, sirviendo con espíritu misionero a los enfermos, aunque no los viese. Callada, observadora, disponible, Furtu aprovechaba toda coyuntura para unirse a Dios.
Pasó luego a Palencia, Cínica Virgen de la Salud, desarrolló su misión con espíritu de servicio en la parte de quirófano durante 30 años. Su salud continuaba a resquebrajarse, pero no dejaba su trabajo. Se retiraba hasta que pasaba el dolor y continuaba después. Al cierre de la Cínica en 2004, pasó a la residencia de Palencia ayudando en lo que podía en comunidad.
Los tres últimos años le arreciaron los dolores con mucha frecuencia los cuales llevaba con mucha paciencia y conformidad, ahondando en los padecimientos de Jesucristo. Unido a los fuertes dolores estuvo afectada por una severa insuficiencia respiratoria que la ahogaba, pero Fortunata, con una vida de oración intensa y una estrecha relación con Jesús, se unía a ÉL y ofrecía todo queriendo hacer en todo momento la voluntad de Dios. Decía con frecuencia.» Estoy preparada, dispuesta, pronta a lo que Dios quiera, que me lame cuandoquiera, si El quiere». Con esta buena disposición se despidió de todas dándonos un abrazo, en la última semana y con el crucifijo en la mano nos dijo adiós.