“Centradas en la misión, tejemos relaciones nuevas”
Queridas hermanas: “que la paz de Dios que supera la inteligencia humana, custodie vuestros corazones y mentes por medio del Mesías Jesús” (Fil. 4,7).
Con estas palabras de San Pablo quiero daros una fraterna bienvenida a cada una de las aquí presentes.
El texto que tomo como punto de partida para este mensaje de apertura, me parece muy apropiado para tenerlo como telón de fondo y como petición, a lo largo de estos días de encuentro.
Un Capítulo, como todas las aquí presentes sabemos, es ante todo un tiempo de gracia, es el momento más adecuado para revisar, con honestidad y sencillez, cuánto ha sucedido en la vida de la Provincia durante los últimos años. Es, por otro lado, un momento propicio para marcar las líneas de futuro que consideramos importantes para el hoy y el futuro inmediato (cfr. Const. 16.19). Estos dos movimientos pueden ser acogidos con actitudes muy diversas, desde el reproche y la no proposición, hasta la gratitud y la proyección.
Cada una de las aquí presentes trae en su corazón diversas experiencias vividas durante este período y no voy a pediros que las dejéis en la puerta, porque, aunque de palabra digamos que somos capaces de separar lo acontecido hasta ahora de lo que aquí se va a ir proponiendo, todas sabemos que es muy difícil. Es más, yo considero imprescindible que cuanto aquí vaya a suceder tenga como único punto de partida la vida, con todo lo que contiene.
He aquí la primera invitación “que la paz de Dios” os posibilite acoger con serenidad las experiencias de gracia y también las de pecado que hemos ido atravesando. Me parece fundamental este presupuesto para que vayamos avanzando a lo largo de estos días con un espíritu abierto y sincero, buscando únicamente el querer de Dios y no nuestros pequeños intereses, porque al final no consiguen más que división, pues “cuando la vida […] se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2).
Siguiendo las palabras de San Pablo, quiero haceros otra invitación que me parece complementaria a la primera. La mayoría de las aquí presentes habéis participado en capítulos provinciales, y esto puede ser un beneficio o, por el contrario, constituirse en una dificultad en la buena marcha del mismo. Las palabras de Pablo nos iluminan a todas, tanto a las “experimentadas”, por llamarlo de alguna manera, como a las “iniciadas o principiantes” por definir de algún modo a las más jóvenes que participáis por primera vez. Subrayo la importancia y el significado que contiene esta expresión: “superar la inteligencia humana”.
En este tiempo de gracia, como es un Capítulo, todas, sin excepción, debemos tomar la decisión de creer que la presencia de Dios supera la inteligencia humana. No es que vamos a dejar de lado los dones con los que hemos sido bendecidas. Subrayando la certeza de esta presencia que nos habita y nos rodea, estaremos en condiciones de acoger, ojalá sin juicios, aunque sí de manera crítica, todas las palabras, cuestionamientos, proyectos, anhelos, tristezas… que se vayan expresando. Además, esta convicción nos pondrá en una dinámica de construcción, porque todas, sin excepción, hemos sido agraciadas por este Espíritu que está más allá de nuestras valoraciones humanas y de nuestros criterios a veces tan autorreferenciales. Os invito pues, queridas hermanas, a acoger en paz lo que el Señor va susurrando a los demás y a expresar, ojalá también en paz, cuanto vayamos intuyendo como manifestación de Dios. “No tengamos miedo de ser sinceras, de decir la verdad, de escuchar la verdad, de conformarnos con la verdad. Así podremos amar. Actuar de otra manera que no sea la verdad significa poner en peligro la unidad” (papa Francisco, Audiencia General, 25/08/21).
Y continúa afirmando Pablo que la “paz custodie vuestros corazones y mentes”. Puede que sintáis ya desde este momento que esta paz se ha asentado en vuestra vida y, de ser así, ya es una gracia grande a la hora de iniciar este encuentro. Puede que sea una paz reposada, criterio claro, para asegurar que es auténtica; o puede que sea, lamentablemente, una paz dicha de palabra, superficialmente, pero que no es experiencia diaria, porque nuestras actitudes son de división, de crítica, de rechazo, incluso de muerte. Cuantas habladurías destruyen la comunión por inoportunidad o falta de delicadeza. El Papa Francisco lo afirma reiteradamente, con comparaciones simples y rotundas: “las habladurías matan […]. El chismoso, la chismosa, son gente que mata: mata a los demás, porque la lengua mata como un cuchillo. ¡Tened cuidado! Un chismoso o una chismosa es un terrorista, porque con su lengua lanza la bomba y se va tranquilo; pero lo que dice, esa bomba lanzada, destruye la fama del prójimo. No lo olvidéis: decir habladurías es matar” (14/11/2018).
También aquí, quiero invitaros, queridas hermanas, a hacer un ejercicio de sinceración, para nombrar de verdad dónde estamos. Si veo que mi corazón está custodiado o no por esa paz, lo más importante no es donde estoy, sino reconocerme en verdad, para que todo cuanto vayamos a vivir esté atravesado no por deseos inconscientes, sino por experiencias reales. Una asamblea capitular debe ser vivida con “los panes ácimos de sinceridad y verdad” (1Cor. 5,8) combinados con la paz a la que vengo haciendo mención desde el inicio.
Todas las aquí reunidas tenéis un pasado que contar y un futuro por construir (cfr. VC 110) como miembros de esta querida Provincia Francisco Palau. Que cada una, como parte fundamental de este cuerpo provincial, se pregunte desde el inicio: ¿En qué disposición vengo para ser parte activa de esta Asamblea? ¿Estoy realmente abierta a escuchar y a acoger lo diverso? Por experiencia sabemos que “solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor (GE 142).
El lema que habéis elegido para este Capítulo es: “Centradas en la misión, tejemos relaciones nuevas”. En esta última etapa de nuestra historia congregacional hemos optado por situar la misión al centro y, aunque no puedo decir que ya lo hemos conseguido, aunque hayamos avanzado, tampoco puedo afirmar que es la misión la que vertebra y da sentido a toda nuestra consagración, al cien por cien. Todavía tenemos que recorrer un largo camino para lograr unificar las distintas dimensiones de nuestra vida, tal como lo expresamos en nuestros documentos, para lograr ser lo que nuestro Fundador vivió como convicción y para lo cual fuimos soñadas. Lo recogen nuestras constituciones, y en esta Provincia lo venís expresando hace años, que somos “misioneras por esencia”. Espero que este Capítulo nos ayude a analizar en profundidad el contenido de esta afirmación y su concreción explícita.
“Vivir centradas en la misión”, lejos de hacer de nosotras mujeres extremadamente activas y poco contemplativas, uso esos términos para explicarme mejor, nos debe ayudar a vivir en profunda comunión con Jesús, para que nuestra acción sea verdaderamente misionera (cfr. Const. 22) y no solo filantrópica, para que podamos vivir esa fidelidad que busca únicamente la voluntad de Dios (cfr. Const. 92) en un mundo que se siente más cómodo con credos “light” o con tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios (cfr. GE 111, EG 90), que con una fe encarnada en el aquí y ahora.
Considero que el verdadero reto para la fidelidad hoy está en determinar y definir a qué debemos ser fieles, discernimiento fundamental que debemos realizar durante estos días. Para no hacer muñecos de nieve y llorar cuando se derritan, necesitamos discernir si no estaremos intentando ser fieles a cosas equivocadas, como dice el Arzobispo Secretario de la CIVCSVA, José Rodríguez Carballo.
Si queremos vivir en fidelidad nuestra esencia misionera, quiero repetirlo nuevamente, es condición indispensable vivir una relación permanente con quien inicia y consuma nuestra fe (cfr. Hb 12,2), con Aquel que nos invita a diario a convertir el corazón de todo aquello que no es Él mismo y su proyecto.
“Dime como vives y te diré como oras”, acostumbra decir una hermana nuestra, y cada vez estoy más convencida de que esta frase tiene mucho de verdad. Si nos adentramos en las entrañas del Evangelio, vemos cómo la vida de Jesús manifiesta a la perfección su ser uno con el Padre (cfr. Jn 17,21). Él, el misionero por excelencia, expresa con gestos y palabras lo esencial: el amor al prójimo como expresión del amor al Padre. Su proyecto, la razón de su Encarnación, no es otra que mostrar cuánto y cómo nos ama Dios, y no simplemente para regocijarnos de esta verdad, sino para hacer lo que Él mismo hizo. Como dice el Papa Francisco: “La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (EG 88).
Esta es nuestra misión, la que todas, sin excepción, estamos llamadas a realizar. Ninguna estamos incapacitada para amar, a quienes están cerca y a quienes se encuentran más alejados. Nadie queda fuera de esta esencia misionera, pues “la eterna Sabiduría […] fijó a cada uno de estos fundamentos -nosotras- la misión especial que había de cumplir, el tiempo, el modo y las virtudes que cada una de estas misiones tiene adjuntas, y las gracias y dones que la correspondían, y la gloria en el Cielo» (La Iglesia de Dios 10ª,18).
Lo que acabo de expresar podemos interpretarlo de una manera conformista diciendo que eso es responsabilidad de cada una, en el lugar donde se encuentra; pero si estamos aquí reunidas, convocadas por el mismo Espíritu, es para que demos algunos pasos más, algunas orientaciones para que ese amor sea una respuesta a las nuevas realidades que como cuerpo provincial estamos llamadas a atender; sea un cuidar las presencias, los modos de hacernos presentes, “de resignificarnos (de ser o, de volver a ser significativos), ya que no se trata solamente de discernir el lugar donde debemos estar, sino también el cómo estar donde debemos estar” (Camino de futuro y horizonte de la CONFER – 5/11/2021).
A lo largo de la historia hemos ido respondiendo según los signos que los tiempos iban marcando, y hoy no podemos dejar de hacer el mismo ejercicio. Si bien las claves carismáticas no cambian, son esenciales, el modo de expresar nuestro compromiso con la Iglesia se va modificando según los tiempos y las circunstancias. La pregunta sería: ¿qué rasgos debería tener hoy nuestro seguimiento? La fidelidad es siempre dinámica, y ese dinamismo lo da y lo mantiene el discernimiento; precisamente es lo que estamos llamadas a vivir durante estos días. Así mantendremos vivo el carisma fundacional, en camino y en crecimiento, en diálogo con lo que el Espíritu nos irá diciendo, con coraje apostólico, con discernimiento y oración (cfr. Mensaje 50ª Semana Nacional de la Vida Consagrada 17/05/2021).
Debemos ser muy conscientes de que en la respuesta que demos a esta pregunta nos jugamos el presente y el futuro de esta porción de la Congregación. Dispongamos nuestro corazón para que Dios entre con su luz y su verdad, para que las telarañas que conviven con el bien sean eliminadas o transformadas por dicha luz y verdad.
Insisto una vez más: “centradas en la misión”, pero ¿en qué misión y de qué manera? Preguntas claves en las que, durante estos días, nos iremos adentrando, no de manera teórica, sino como respuesta a una Iglesia que nos necesita. Pero no de cualquier modo, nos necesita fieles y perseverantes en lo esencial: anunciar a los pueblos la belleza del ser humano (MR 12,2) y restaurar su dignidad ahí donde está pisoteada, siendo siempre y en todo lugar creadoras de comunión. Sí, mis queridas hermanas, siempre y en todo lugar, no a tiempo limitado, o dependiendo de dónde y con quién. Estas son las relaciones nuevas, fruto de poner la misión en el centro. Si nuestra misión es crear comunión, es decir, expresar lo que vivimos por experiencia, por ser imagen de un Dios que es relación, la consecuencia automática no es otra que crear relaciones nuevas al estilo de la Trinidad. Relaciones nuevas que parten de una experiencia, pero que son una decisión, porque amar no es un sentimiento, es una opción.
Y crear relaciones nuevas basadas en el amor, que procede de Dios, no significa, ni mucho menos, aceptar y acoger simplemente las personas como están y son, supone amarlas como son y están, y al mismo tiempo ayudarles a ser aquello para lo que fueron creadas: ser cada vez más imagen de Quien las y nos creó; y eso supone un ejercicio de reconocimiento, valoración, cuestionamiento, superación, restauración…
Las relaciones nuevas que surgen de tener la misión en el centro nos ponen frente al dinamismo del amor, que es creativo; nos comprometen, más allá de nuestras pequeñas miras, o incluso más allá de nuestras fuerzas, a veces debilitadas por muchas circunstancias. Si sentimos el dolor de nuestros hermanos como propio y el ser el cuerpo de Cristo nos hace gozar con las alegrías de los prójimos y sufrir con sus tristezas, si lo que les sucede a los otros lo vivo como algo propio, porque son parte mía, estoy segura de que no dejaremos paso por dar para lograr que cuanto me pertenece no como posesión, sino como fruto de esta unidad, llegue a participar de los bienes que se nos han regalado por ser la familia de los hijos de Dios.
Reconozcamos, mis queridas hermanas, todo el bien que hemos heredado, todas las semillas que hemos sembrado y que están dando fruto y, al mismo tiempo, no dejemos de reconocer, con dolor, el bien que hemos dejado de hacer o incluso el mal que hemos posibilitado que acampara a sus anchas.
Como decía al inicio, un ejercicio de sinceración es clave para que transitemos este camino como familia que busca un único objetivo: ser fieles al carisma de nuestro fundador en el hoy de nuestra historia.
Vivamos estos días custodiadas por la paz que nos regala Cristo Jesús y hagamos que, entre todas, el chronos y el kairós sean una misma realidad. Así se lo pido a Dios por intercesión de Nuestra Madre del Carmen y de nuestro Fundador.
Con estas palabras declaro abierto el III Capítulo Provincial de la Provincia Francisco Palau de Europa.
Madrid, 10 de diciembre de 2021