EL MENSAJE DE LA DIVINA MISERICORDIA

¿Quién de nosotros no valora la oportunidad de empezar de nuevo?
El Domingo de la Divina Misericordia enfatiza el concepto de las segundas oportunidades, destacando cómo Dios nos concede el don de la misericordia, permitiendo el arrepentimiento y la renovación. Al celebrarse una semana después de la Resurrección de Cristo, que marca el comienzo de una nueva vida, nos recuerda que también nosotros podemos emprender un nuevo viaje. La figura de Tomás se presenta como un ejemplo inesperado de cómo aprovechar esta oportunidad.

En la lectura del Evangelio de hoy, se nos presenta el conocido relato de Tomás, quien expresa dudas y pide pruebas antes de creer. Es una persona franca que cuestiona con valentía la presencia de Jesús entre ellos, esforzándose por que los demás discípulos reconozcan su punto de vista.

De hecho, actuó con gran valentía, marcando el comienzo de un cambio imprevisto en su vida. Después de que expresara su escepticismo de forma ferviente y tal vez irracional, Cristo no lo rechazó. No lo despreció. Por el contrario, Jesús le dio a Tomás otra oportunidad. Le concedió el precioso don de la fe, que Tomás, lleno de asombro y reverencia, aceptó. Cristo extiende esta misma gracia a cada uno de nosotros.

En los momentos más inesperados, penetrará las barreras del corazón humano. Nos encontrará en nuestro miedo e incertidumbre, en nuestro escepticismo y nuestras dudas. Comprende nuestras reservas, nuestros dolores, nuestras vulnerabilidades y fragilidades. Es muy consciente de la experiencia humana. Como se dio cuenta Tomás, lleva las cicatrices que lo demuestran. Y quiere darnos otra oportunidad. Esa es parte del mensaje de este domingo.

En el Domingo de la Divina Misericordia, abrazamos el poder y la belleza del perdón de Dios. Es el domingo en el que recordamos las entrañables misericordias de Dios, en el que nos esforzamos, más que nunca, por dejar que Él traspase las puertas cerradas de nuestros corazones.

La Iglesia Amada, en la que Jesús es la cabeza, le dijo al Beato Francisco Palau durante su conversación: «Yo estoy siempre ante el hombre mortal como cualquier persona ante un espejo. El que no cree en mí, aunque esté en su presencia como un objeto ante un espejo, no verá nada; al no creer en mí por lo que soy, no me ama. El que no me ama ni cree en mí es un espejo lleno de impureza, cubierto de capas de tierra sucia, y esta suciedad impide que me vea. El que cree en mí ve en él mi sombra, mi figura, mi forma, y en su imaginación y entendimiento activo tiene ojos espirituales para verme en la figura y en la forma, tal como él cree que soy.»

Tomás lo descubrió. Se dio cuenta de que creer implica algo más que ver; requiere un salto de fe. La gran bendición de su vida fue que Jesús comprendió que, para algunas personas, la fe es una lucha. Cristo no descartó a Tomás ni lo dio por perdido. Hizo algo mejor: volvió. Le dio a Tomás otra oportunidad de aceptar lo que parecía inaceptable y de creer lo que era francamente increíble. Y el apóstol dubitativo, aturdido por la humildad, renunció a su duda y abrazó su salvación.

El Domingo de la Divina Misericordia nos brinda la oportunidad de acoger a Jesús en nuestros espacios de reclusión y buscar su intervención para superar cualquier obstáculo que impida su presencia en nuestras vidas. Es un recordatorio conmovedor de la profunda bendición de nuestra fe: la bendición de la renovación. Un nuevo comienzo. Un momento para restablecer nuestra relación con Dios después de nuestros errores, defectos y transgresiones.

Fuente: asia.cmtpalau.org