En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní. José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios. Jesús, en la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario. Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp 2,8).

José nos enseña que tener fe en Dios también incluye creer que puede actuar incluso a través de nuestros miedos, nuestra fragilidad y nuestra debilidad.

En José, la obediencia se sitúa entre el escuchar y el ver. Decir “obediencia” es afirmar la capacidad-deber de “escuchar” humildemente a todos y a todo. Es proclamar la propia responsabilidad hacia la historia y hacia las personas con las que comparto la vida. La obediencia debe ir acompañada de una profunda inquietud de búsqueda de la voluntad de Dios.

A él dirigimos nuestra oración:

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.