Celebración del 210 Aniversario de Francisco Palau, 29.12.2021

Las dos comunidades CMT en Tarragona celebramos conjuntamente la memoria del nacimiento de nuestro fundador Beato Francisco Palau Quer, de Jesús María José (Aitona, 29.12.1811). Por la mañana, celebramos la Eucaristía en la iglesia del santuario Monte Carmelo y, por la tarde, Vísperas solemnes en la capilla ante el sarcófago del padre Palau. El rezo  litúrgico estuvo precedido de una breve reflexión sobre la infancia, figura y legado profético de nuestro fundador, no sólo para sus hijas espirituales sino para la vida cristiana de los seguidores de Jesús, esposo de la Iglesia. La adjuntamos para quien quiera meditarla.

El ambiente festivo prosiguió en una merienda conjunta, en la que villancicos, chistes, poesías navideñas, etc, hicieron patente el clima fraterno, sencillo, alegre, espontáneo, de familia…Una velada gozosa que afianzó la hermandad y estrechó la unión entre las dos comunidades, pues las hermanas reímos, cantamos y gozamos ante el Dios hecho Niño, Salvador y Liberador.

 

Beato Francisco Palau Quer, testimonio, mensaje y legado de santidad

29 diciembre 2021, recuerdo de los 210 años del nacimiento de Francisco  Palau en Aitona, dentro de la celebración de los 150 años de su última y principal fundación congregacional en Tarragona. En camino hacia el 20 de marzo del 2022, 150 aniversario de su muerte en esta misma ciudad. Aquí reunidas venerando  sus restos mortales, hacemos memoria de su figura, mensaje, testimonio y legado de su vida de santidad en súplica por su canonización pasados 31 años de su beatificación.

29 diciembre 1811, tanto Aitona como Tarragona estaban ocupadas por las tropas francesas y no fueron liberadas hasta 1814. El niño Francisco, nació y creció en medio de la tormenta social y la revolución anticristiana, bajo el signo de la profunda crisis que sacudía al mundo moderno de aquel momento. Pero en ese niño Francisco, criado en hogar de familia, impregnado de piedad y tradición cristianas, en ambiente de escasez, hambre y penuria bajo el dominio del opresor francés, crecía a la vez el ansia de la propia cultura y costumbres religiosas y populares con el lema “Dios, Patria y Rey”. Así el niño Francisco tuvo que sufrir la situación de represión y miseria y, al mismo tiempo, colaborar en la reconstrucción local y familiar al finalizar la dominación del enemigo. Doble eje en el que se configuró su temple recio y austero, luchador y piadoso, combativo y perseverante.

Son vivencias que marcaron y forjaron su carácter, su temple, su ser y hacer en el tiempo y sus circunstancias, hasta hacer de él un profeta para nuestro hoy (no tan diverso del suyo); para el mañana por definir y reconstruir social y religiosamente; y para el desconocido fin de los tiempos, que es ya hoy llamada a la santidad, como la sintió y vivió Francisco: lucha, búsqueda y compromiso de unión con Dios en la defensa de la justicia y en el anuncio de la belleza de la creación y de la humanidad, herida, maltratada, explotada…

Recordamos sus palabras:

Yo no veré en toda la vida sino persecuciones, pues mi espíritu escupe el mundo y, para conservar mis comodidades, yo torceré nunca mi camino. Si me quedo aquí, en Europa, los malos cristianos no me dejarán quieto, ni en el desierto ni en la ciudad. Ni yo podré aguantar a ellos ni ellos me tolerarán a mí […] La impiedad prevalece y el justo apenas tiene fuerza para hacer su confesión de fe porque ésta que, en ciertas épocas, ocasionaba el martirio, es ahora mirada como crimen de desacato a las autoridades” (carta 18,2-3

El profetismo de Francisco tuvo y tiene como base ineludible la FE que le guió y nos ilumina para discernir el presente y guiarnos en la consecución del porvenir enfrentándonos a cualquier tipo de política que nos conduzca por caminos de tiniebla y falta de transparencia, de diplomacia mentirosa y de intereses partidistas o mediáticos. Nuestro fundador fue hombre de Dios, claro y sin camuflajes, como Elías y Juan el Bautista, a quienes tenía por profetas y modelos. Como ellos, en definitiva como Jesús, el Señor, fue perseguido y acusado, calificado por unos como absolutista, retrógrado, exagerado e integrista conservador, enemigo del progreso; según otros, avanzado, revolucionario progresista, promotor de huelgas y revueltas reivindicativas, idealista hasta rozar límites en lo doctrinal y teológico de sus tiempos (esto incluso en miembros de la jerarquía eclesiástica).

La realidad profética del padre Palau fue captada por la gente sencilla, por el pueblo, que le defendió más de una vez ante el obispo escribiendo que lo suyo era la predicación ferviente, la llamada a la conversión y práctica de las virtudes, a una vida sacramental y de moral sincera, alejada del vicio y malas costumbres…

El profetismo palautiano armonizó cercanía a las gentes, religiosidad popular, profundo espíritu de oración y visión contemplativa y unitaria de Iglesia-María-Eucaristía, que le transformó –según sus palabras me cambió alma y cuerpo- en profeta de la experiencia de Dios, anunciador de la belleza de la Iglesia  en cada hombre y mujer, misionero del servicio al prójimo, médico sanador de las llagas del cuerpo social y del cuerpo místico de Cristo. Ahí va nucleado el profetismo de Francisco, su vida de santidad, su legado y su mensaje, desafío para nuestra vida cristiana y religiosa. Lo que hoy nuestra Papa Francisco ha calificado “eclesialidad o Iglesia en salida”, “projimidad o servicio de la misericordia”.

La consigna para nuestro caminar hoy, para nuestro actuar, cada cual en sus circunstancias, posibilidades y limitaciones reales, no utopías discursivas inalcanzables, nos la da en sus propias palabras: Dios no obra en nosotros sin nosotros, no salva al hombre sin el hombre y no restituirá a su debido orden la sociedad actual sin la cooperación del hombre” (El Ermitaño nº 116, 26.01.1871). Nos invita, ciertamente, a la revolución, pero a una revolución del caminar en la verdad, del servicio samaritano, de la ternura visible, del corazón pacificado, de la transformación de alma y cuerpo…, en definitiva, la revolución del amor, que habla más con el testimonio que con la exhortación doctrinal o discursiva.