La H. Olga Olano comparte lo que ha supuesto en su vida una experiencia singular. Hoy, la primera «píldora». Un testimonio del paso de Dios.
Permitidme hermanas y hermanos colarme hoy un rato en vuestro espacio. Después de meses de silencio exigido y también procurado, siento la necesidad urgente de decirme, de contaros, de haceros partícipes de al menos un poquito de lo que hay en mi corazón.
Creo que voy a tener que compartir con vosotros/as en pequeñas dosis, diría que, en píldoras, esta experiencia que ha trastocado mi vida y que la ha llenado de sentido.
Después de darle algunas vueltas, he decidido… empezar por el final.
El final, por ahora, porque esto no se ha terminado. Me dice el corazón que aún hay un largo camino por recorrer.
A quienes sintáis el deseo de conocer esta historia, os invito no sólo a conocerla, sino a formar parte de ella. Parte activa. A comprometeros.
Me diréis que ya vale, que para comprometerse en algo hay que saber de qué va y ¡claro! estoy muy de acuerdo con vosotros. Pero para comprometerse con alguien, a lo mejor es más sencillo. Os lo explico un poco y seguro que me entenderéis.
Todo empezó para mí en enero de 2019, pero se convirtió en algo más concreto el cuatro de marzo de ese año. Ese día recogí en el aeropuerto de Madrid a una persona que se ha convertido en alguien muy importante en mi vida. Se llama Marcela Macagno, joven Carmelita Misionera Teresiana. “Mamá Ángel” para muchos niños víctimas de trata y narcotráfico. Llegaba a España tras un éxodo por Roma y Filipinas.
En los próximos días os iré contando lo que ha ido suponiendo compartir la vida con ella. Ella y los miles de nietos que con ella Dios me ha regalado. Hoy os pido – a quienes libremente queráis claro – un pequeño compromiso:
Escucha su grito.
Puedes tapar tus oídos. También puedes mirar para otro lado, entretenerte en otras cosas. Convencerte de que no existen, de que esto no es real. Pero… ¿y si fuera tu hijo, o tu sobrino, o alguien muy querido para ti?
Ayudemos a estos niños, dediquémosles un poco de nuestro tiempo. Sé que a lo mejor os parece un poco ridículo, pero os aseguro que lo que os voy a proponer funciona. Dedicad un rato al día a acoger en vuestro corazón y en vuestros brazos a estos niños tan doloridos, magullados, atemorizados. Apapacharlos (Apapachar: abrazar con el alma en lengua náhuatl). Os aseguro que les llega. El amor no tiene barreras. Ellos, para poder rehacerse necesitan hacer una experiencia de familia. Necesitan sentirse únicos e importantes para alguien. Ese alguien puedes ser tú. Sí, aunque no le veas, te lo aseguro. Llámale José, llámale María. Son muchos, muchos más de los que os podéis imaginar. Más de 8.000 con nombres y apellidos, con rostro concreto, los liberados sólo en esta causa. Id multiplicando. Un negocio demasiado atractivo para personas desaprensivas.
A vosotras mis hermanas carmelitas misioneras teresianas y tantas y tantos laicos miembros de nuestra familia, una petición especial: con Palau, con Teresa Mira, con tantas hermanas entregadas al bien de los niños a lo largo de nuestra historia, “hagamos piña”, pongamos la misión en el centro, la misión de liberar y restaurar el rostro llagado de Cristo en sus miembros más doloridos, empeñémonos con todas nuestras fuerzas en ello:
Cuando el amor es verdadero, no queda paso por dar ni medicina que probar; se emplean todos los recursos y se expone hasta la misma vida.
Lucha, Carta de un Director 20
Quizá hoy, no muy lejos de cada uno de vosotros, miles de niños y jóvenes están sufriendo tantas atrocidades de las que son objeto. Acógelos, abrázalos, intercede y ora por ellos. Y a los que no creáis en Dios: un pensamiento positivo para transmitirles fuerza y esperanza. No estará mal para empezar.
En las próximas os iré contando qué pedía a Dios y qué me regaló; y cómo, con ellos me convertí en la abuela misteriosa, la abuela de los brazos largos. Os contaré cómo Dios resignificó mi vocación.
Olga Olano, cmt