H. María Córdoba nació en el seno de una familia de gran arraigo cristiano en la ciudad de Callosa de segura, provincia de Alicante. Años más tarde por motivos familiares y circunstancias histórica se trasladan a vivir a Alicante. Su existencia está marcada desde la niñez por experiencia dolorosa y también de superación. Es evidente que esa experiencia de vida ha sido la tierra buena donde el Señor sembró la semilla de la vocación cmt.

Su larga vida se ha desarrollado dedicándose al cuidado y acompañamiento del rostro sufriente de la Iglesia encarnado en los enfermos.

Nació el 2 de noviembre de 1926 y entró en la Congregación, respondiendo a la llamada del Señor, el 31 de octubre de 1952. Como carmelita misionera teresiana, fiel hija de Francisco Palau ha vivido “buscando en los servicios la ocasión de complacer a la Iglesia”, de ahí su disponibilidad a asumir el cuidado de los enfermos o de otras tareas en tiempos y lugares donde la Congregación la enviaba.

Pasó haciendo “siempre el bien”, era su gran deseo. Tenía como amiga de confidencias a la H. Teresa Mira a la que admiraba y con la que dialogaba con frecuencia. Viviendo en esta clave de servicio pasó por las distintas presencias donde la obediencia la destinó: Valladolid, Barcelona, Madrid, Alicante, Callosa de Segura, Torrevieja y Novelda.

En la última etapa de su vida ha sabido mantener el talante de buena conversadora. La edad y la enfermedad la han marcado mucho, pero a pesar del sufrimiento que experimentaba, gozaba de una gran sensibilidad, de un gran espíritu de servicio y era una gran narradora de historias personales y de los lugares donde desplegó su misión como “buena samaritana”.

Se caracterizaba por su sencillez y alegría, dentro de su carácter fuerte, mujer hacendosa y gran lectora, siempre llevaba el libro en la mano y en su inseparable silla de ruedas. Amaba el silencio y pasaba muchos ratos de diálogo íntimo con el Señor.

De esta manera, con este talante vivió los últimos días de su vida en unas circunstancias muy dolorosas. La expansión del Covid-19 le afectó y las normas y exigencias sanitarias del momento impidieron a la comunidad poder acompañarla según nuestro estilo de familia.

Recibió el abrazo eterno el 18 de marzo de 2020 acompañada por el personal sanitario y recibió sepultura el día de San José, 19 de marzo.  La comunidad ha vivido estos acontecimientos dando gracias por su vida, confiándola a la poderosa intercesión de San José, al que tenía gran devoción. También el párroco, D. Francisco Rayos y los padres Reparadores, capellanes de la comunidad, y otros sacerdotes de la ciudad, celebraron eucaristías por su eterno descanso y como acción de gracia por su vida entregada al servicio de la Iglesia.