Ha salido ya el documento para el Sínodo sobre la Amazonia que se celebrará en octubre próximo. Quizás extrañe la pretensión de unir la intención de este sínodo con el reclamo de un trabajo decente que viene pujando en nuestro mundo laboral. Espero sugerirlo en esta reflexión entresacando algunas frases de dicho documento.
«La Iglesia escucha la irrupción de la Amazonia como un nuevo sujeto». La vida de esos pueblos unidos en la vertiente del río Amazonas, está marcada «por la exclusión y la pobreza»; «la sociedad tiende a menospreciarlos desconociendo su diferencia»; y «nunca han estado tan amenazados como lo están ahora por un neocolonialismo enmascarado de progreso. Petroleros, madereros, buscadores de oro, traficantes de personas y de drogas irrumpen violentamente y escarnecen a esos pueblos pacíficos e indefensos». Respiran la ideología individualista del sistema «obsesionado por el consumo y por los ídolos del dinero y del poder». Esa ideología posterga la centralidad de las personas. Lo vemos en el intolerable expolio que sufren los pueblos de la Amazonia y en los abusos que se cometen en nuestro mercado laboral. Un signo positivo es que tanto los asalariados en la sociedad española como los pueblos de la Amazonia toman conciencia de su dignidad y reclaman satisfacción de sus derechos fundamentales.
«Ecología integral» significa que «nos desarrollamos como seres humanos en base a nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás, con la sociedad en general, con la naturaleza y con Dios». Desde hace tiempo la Iglesia viene proponiendo la necesidad de un desarrollo integral que sea «de todo el hombre y mujer y de todos los hombres y mujeres». El desarrollo integral de la persona incluye la relación solidaria con el otro, sobre todo, cuando no tiene, ni puede ni sabe. La ecología «integral» amplía el horizonte del desarrollo humano: «Somos parte de los ecosistemas que facilitan las relaciones dadoras de vida a nuestro sistema». El clamor de la tierra irreverentemente depredada es también «el clamor de los pobres».
«El buen vivir» de los pueblos indígenas implica «la armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo». Los pueblos de la Amazonia cultivan ese «bien vivir» con unos valores culturales que son arrollados por una nueva cultura de los invasores cuyo valor es acaparar y explotar no solo a la creación sino también a las personas y a los pueblos. El crecimiento ilimitado, gracias a la ciencia y a la técnica, fomentado por una ideología economicista e individualista, no es éticamente de recibo; en su ideología «el valor lucrativo es mayor que el valor de la persona». Tenemos que cambiar de inspiración en la forma de pensar y de actuar: «vivir con menos para vivir mejor».
Fr. Jesús Espeja, Teólogo Dominico