Quinta parte del testimonio de la “abuela de brazos largos”. La hermana Olga continúa sacando del arca de su corazón lo experimentado en estos meses de apoyar la misión liberadora, salvadora, salvífica. De abrazar, orar, cuidar, protejer…

 

Aquí sigo, cumpliendo mi promesa de compartir con vosotros/as mi experiencia de este tiempo. Como veis no se agota tan rápido.

Tras los primeros momentos de pensar sólo en como acompañar a Marcela, pronto los niños y jóvenes que estaban, están, sufriendo los horrores de la trata tomaron un protagonismo especial. Empezaron a llegar sus testimonios y, al leerlos, sólo un corazón muy endurecido puede permanecer impasible. El mío, se fundió. Se convirtieron realmente en el centro de esta historia.

Mamá Ángel y sus hijos se convirtieron en el objeto de mi misión.

En la cuaresma de 2019 experimenté como podía acompañar a Jesús en su pasión, como podía aliviar las llagas de su cuerpo dolorido. Fue mi viaje especial a Tierra Santa, a la Tierra Santa, Tierra Sagrada, de los cuerpos doloridos de mis pequeños hermanos. Me sentí tan privilegiada al poder hacerlo que os doy mi palabra que ningún otro regalo me hubiera producido más satisfacción.

Dios me concedió el inmenso don de poder acariciar y de que mis caricias transmitieran sanación, serenidad, ternura, consuelo. Empecé siendo la madrina de algunos de ellos y pronto me convertí en abuela: la abuela de los brazos largos.

La abuela que dedicaba un buen rato cada noche a colocar sus manos en posición de acariciar, a acercarse con inmensa delicadeza a sus pequeños cuerpos doloridos, a apapachar sin prisa y con ternura a sus nietos, a rodearles con sus brazos largos para que se sintieran protegidos.

Y, un día, me llevé una inmensa sorpresa. Creía que mi oración les llegaba. Creía que tenía sentido, pero os imagináis lo que es que un día, en uno de los muchos testimonios puedas leer:

“Hoy mi madrina me escribió un mensaje. Es lo mejor que me pasó en la vida. Ella dice que me acaricia por las noches y eso es justo lo que siento. Nadie me cree, pero yo sé que es verdad. Cuando siento miedo a la noche, esas caricias me calman, me enrosco y me hago una bolita y me duermo tranquila. Ella dice que me cuida y lo creo así. Es algo loco, que no puedo explicar, pero que lo siento, lo siento”. (Una tal María que me acompaña desde el cielo)

Sois libres, ¡cómo no! de creerlo o pasar de ello.

Lo mismo que, los que decimos creer en Jesús, podemos creer o no que fuera capaz de caminar sobre las aguas o de curar a los enfermos o de perdonar y sanar.
Lo mismo que, podemos poner toda la confianza en solas nuestras fuerzas
o, poniendo todas nuestras fuerzas en lo que hacemos confiar incondicionalmente en Él.

La realidad es que no somos dioses y hay muchas realidades que nos superan.
La realidad es que he experimentado en muchos momentos en los últimos meses que hay un punto en el que sólo queda la confianza, la certeza diría yo de que Él puede abrir caminos en la estepa.

Entenderéis que, con este y otros testimonios, se abrió ante mí un camino inmenso. Antes de entrar en la congregación a la que pertenezco hice una experiencia, durante unos meses, en un convento de clausura. En aquél momento debía resolver mis dudas entre la vida contemplativa y la activa. Cuando tomé mi decisión y me iba de aquél lugar una hermana me dijo: “Creo que has hecho la opción adecuada. Para dar sentido a la oración aquí, primero hay que experimentar el dolor del mundo”. Nunca he olvidado sus palabras. Hoy que conozco un poco más de la realidad sangrante en la que viven muchos de nuestros hermanos, sé que mi oración está más llena de sentido, pero hoy también he descubierto que esta misión que el Señor me ha regalado la puedo realizar en cualquier lugar. Desde mi baldosa, desde el espacio en el que me encuentre, en un rincón en mi banco de la capilla, en la terraza de mi casa actual, paseando por la calle o mientras acaricio a mi madre cuando la ayudo. Gran descubrimiento. Desde la baldosa donde me encuentro acaricio, acojo, consuelo, protejo…

EJERZO MI ABUELIDAD.

Ejercer la abuelidad es todo un arte. Os invito a hacer la prueba. No vais a perder nada con ello, al contrario, os garantizo muchos beneficios.

Continuará…

 

Olga Olano cmt

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La Hna. Olga Olano, española, Carmelitas Misioneras Teresianas. Mujer apasionada por el ser humano, empeñada por sanar las heridas de Dios hecho humanidad.

Ha dado a conocer su talante misionero en su tierra natal y en Venezuela, implicada en lo social y sanitario. Enviada a la comunidad en Palma de Mallorca, desarrolló su apostolado en la cárcel, donde ejerció la profesión médica.

Fue Superiora Provincial durante tres trienios.

Nombrada maestra de novicias acompañó a las formandas de la provincia europea.

Actualmente, una de las Consejeras que caminan junto con la Animadora Provincial en la Provincia Francisco Palau de Europa.