Con el motivo del aniversario de la muerte de nuestra hermana Teresa Mira, te invitamos a conocer la dimensión martirial de la vida de esta mujer. Santa, sencilla, silenciosa… Entregada al Amor.

Y todo esto, hoy, en la víspera de su nacimiento para el cielo, de la mano de la hermana Mª Pilar Jordà. Aprovecha, comenta y comparte.

El martirio no es algo puntual que solo afecta a aquellas personas determinadas que en un contexto y circunstancias concretas entregan la vida por Cristo dando testimonio de su fe hasta derramar su sangre. Es algo mucho más amplio y profundo de lo que a veces imaginamos. Recordemos aquellas palabras de San Ignacio de Antioquía: «Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan puro de Cristo… Cuando el mundo no vea mi cuerpo, entonces seré en verdad discípulo. Pedid a Cristo por mí para que logre ser un sacrificio para Dios… Si sufro, seré un liberto de Jesucristo y en él resucitaré libre».

A lo largo de la historia ha habido muchísimas personas que han sido este trigo de Dios triturado por los dientes de tantas personas y circunstancias, que incluso siendo buenas y quizá sin malas intenciones, porque no viene al caso juzgar algo que ya está perdonado, han propiciado que esas almas escogidas por Dios, como lo fue la de nuestra hermana Teresa, celebrasen y viviesen, mostrándose como pan de Cristo.

El mártir lo es cuando es Eucaristía, es dejarse vivir por Cristo, es experimentar en carne propia el misterio de la muerte y resurrección del Señor.

“Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia.  Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger…” (Fp.1. 21,22)

La ganancia del morir llega viviendo la Eucaristía como martirio, llega celebrando con palabras y vida al que murió por nosotros, llega siendo memoria en carne propia de la pasión y resurrección de Cristo. Celebrar y morir es vivir y alcanzar la vida del resucitado.

Hubo un martirio invisible que atenazó el cuerpo, la mente y el alma de la hna. Teresa Mira. Las hermanas que vivían con ella y mucha gente cercana no sabían ver esa luz que llevaba en su lamparita de barro, hasta había quien, por envidia, frustración, ambición, egocentrismo… se atrevía a colocar la mesura encima de dicha lamparita para que no se notase que alumbraba. Pero Cristo cogió esa pequeña llama que brillaba con gratitud y la colocó en lo alto de la sala, para que todo el mundo vea y de gloria a Dios.

El martirio que vivió Teresa fue propiciado por unas circunstancias sociales y también comunitarias, aunque haya a quién no le guste mucho admitirlo, que no mataron el cuerpo directamente, es decir, no la obligaron a retractarse de su fe a cambio de salvar su vida, pero sí la llevaron a testimoniar su fe con la vida de modo alto y claro, aunque lo hiciese callando y como que no va con ella la cosa. Porque a ratos parecía ir contra corriente cuando era más bien ella la que acertaba buscando la verdadera corriente. Sin querer destacar todavía había a quien le molestaba por parecerle que destacaba demasiado, sin querer hacerse notar se notaba su presencia, sin que algunas quisieran que estuviese porque les hacía sombra se la echaba de menos si no estaba…

Teresa fue un corazón fiel que se agarró al de Cristo, no huyó de los retos que le planteaba la vida comunitaria y sus conflictos, más bien respondió y afrontó demostrando actitudes valientes y perseverantes que pusieron en sus manos esa palma del martirio que nunca será invisible a los ojos de Dios.

A ella le fueron llegando las cosas con sutileza y así las fue luchando también, con sutileza, pero con la valentía de Jacob en medio de la noche. Casi nadie vio en ella las grandes luchas, ni veían sus buenas acciones, esas que ahora recordamos y contamos con tanto respeto y cariño. Pero quiénes la amaron de verdad y la conocieron, supieron de primera mano lo que allí estaba sucediendo. Era algo más valioso que un sencillo “hacer el bien a todos” que ya es en sí cosa buena.

Así pronunció humildemente su entrega a Cristo, así entre Dios y aquella mujer pequeña de gran alma hubo una hermosa alianza. En su corazón no fueron palabras de ritual. Así escuchaba por dentro aquellas palabras de San Pablo que se irían convirtiendo en ella en un modo de vida: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. (Fp. 4. 4-7)

Y así fue, permaneció alegre, ya desde el momento de su profesión, ofreciendo su monedita, la del valor de permanecer alegre a pesar de no tener, como las demás hermanas profesas, a sus seres queridos acompañándola, y permaneció en la capilla, con su Esposo, unidos en un mismo “Sí quiero”, ofreciéndose ella por las almas de quienes quería también en el cielo, recogiendo Él con gran cariño la humilde ofrenda. Mientras, las otras hermanas, fuera en el claustro, se abrazaban y conversaban con sus familias. Y se puso en camino a servir esa misma noche, yendo a velar a un enfermo, porque en una casa tan grande y con tantas hermanas a la superiora no se le ocurrió encontrar a otra más apropiada que la recién profesa hna. Teresa del Niño Jesús de Praga (como no había venido nadie de su familia…). El Esposo también sonreía, e iba guardando en su Sagrado Corazón esas preciosas moneditas. (cf. Lc.21 2-4)

Quedó tocada de amor, quedó tocada por el Amor. Y comenzó a configurarse con Cristo, mártir de los mártires. Porque la joven ya traía camino hecho, ya empezaba a estar su alma rota a trocitos, y seguiría rompiéndose, pero ella aprendió a no desperdiciar nada, a recoger esos trocitos y guardarlos envueltos en el pañuelo que le ofrecía María, en el manto que le ofrecía Jesús, los recogía todos con cuidado, sin que perdiesen su valor, y los guardaba en su capacito interior. Ese capacito desde el que por la ley de la caridad se multiplicaban milagrosamente los panes para los que tenían hambre.

Hizo un pacto de Amor con el mismo Dios, y llegó lo que tenía que llegar para dar cumplimiento a dicho enlace. Fue llegando la enfermedad, al mismo tiempo que llegaban tantas incomprensiones de sus hermanas, que pensaban que no podía ser que una joven no pudiese trabajar y servir a las mayores y enfermas. Porque su rostro no lo transmitía, su sonrisa, su afabilidad permanecían para agradar y sembrar armonía.

Y recogió hasta el último pedacito de su alma hecho trigo y hecho pan horneado, lo guardó en el pañuelo de su capacito y siguió caminando con sus pies descalzos, porque ya empezaban a pisar terreno sagrado, porque en su interior ya ardía la zarza que no se consumía. Notaba que aunque no se sintiese con fuerzas finalmente las tenía, hasta ella se maravillaba de ver cómo conseguía superar esa carga de la fatiga que le impedía trabajar y tener la dicha de acompañar a Jesús en el dolor cuando ella lo sentía al tiempo que realizaba las tareas conventuales que le eran encomendadas, sin perder a su Dulce Compañía que sonaba hecha Voz por dentro y  Prójimo por fuera, desde ahí seguía sintiéndose animada a luchar contra ese dolor físico, moral y espiritual que se transformaba poquito a poco en un “martirio invisible”, que la transformaban poquito a poco en otro Cristo.

“Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. (Mt 6. 20,21)

No sabemos cuánto le costó despedirse de este mundo, porque a veces parece que a las almas santas no les cueste serlo, como si fuese todo una gracia natural que viene dada desde el cielo y ya está, pero a la voz de Dios sembrando el talento de la capacidad se sigue la respuesta del ser humano poniendo esfuerzo y voluntad. Teresa supo dejarlo todo con unción, con respeto, con armonía interior, como si no le costara, pero sabe Dios lo que le costó, porque entregar a Dios algo que no nos cuesta es lo mismo que entregarle una caja vacía. El valor a los ojos de Dios está en lo que para cada uno significa. Y así, poco a poco la hna. Teresa fue soltando afectos, cosas, razones… que las cambiaba por ofrendas de pobreza, castidad y obediencia, ofrendas que lejos de alejarla del mundo la hacían más libre, más cercana, más humana.

Soltar lo inútil no le costó, soltar los afectos, las personas queridas… fue algo más complicado, pero descubrió que lo que se puede llevar en el corazón no se pierde, sino que más bien aumenta de valor, y en eso trabajó toda su vida, en saber diferenciar lo que se puede llevar en el corazón y lo que se cae de los bolsillos del alma por más que lo queramos guardar.

En sus últimos momentos vivió la soledad y el silencio como esa compañía que le iba trayendo noticia de su Amado que ya llega. “Cada día el buen Jesús va dando un golpecito más, no sé cuándo será el último, aunque lo que espero no esperara lo mismo que le quiero le quisiera…” Se conformaba, es decir, iba tomando forma cada vez más parecida a la de  ”Aquel que entregó la vida por nosotros”. Tenía una forma sin consagrar junto a unas estampas en una silla cercana a su cama, algo que la ayudaba a transportarse ante Jesús Sacramentado, algo que le ayudaba a hacer la comunión espiritual cuando ya no podía participar como antes de la Eucaristía. También echaba de menos a su querida hermana Magdalena, para la que cosió unos pedacitos de papel con intención de escribirle su último cariño, echaba de menos abrazar y peinar a los niños con los que tanto había aprendido en la clase de parvulitos, echaba de menos salir a la calle a repartir un poquito de sí misma que traía guardado en aquel extraordinario capazo. Pero echaba cada vez menos de menos porque ya lo que entregaba lo iba recibiendo de más. Sabía donde estaba su corazón, y como dice el evangelio: “donde está tu tesoro allí estará también tu corazón”. (Mt 6.21)

Os digo que si estos callan gritarán las piedras (Lc 19,40)

Se apagó silenciosa, un 26 de febrero, lo cantaron las campanas, esas que solo escucharon milagrosamente algunas personas de aquellas que también antes la habían escuchado cuando nadie la oía, porque pasó por el mundo sin hacer ruido, lo dicen muchos que la conocieron y se apagó su lamparita de barro de este mundo para brillar en el cielo hecha una estrella, de las pequeñas, de las que no buscan destacar. Y pareció que no había pasado nada, pero pasó Teresa Mira, mujer consagrada, “mártir invisible”, que a imagen y semejanza de su Esposo pasó por el mundo haciendo el bien. Y lo sigue haciendo, porque sigue intercediendo. Ojalá sepamos como ella vivir recogiendo y guardando nuestra alma entregada a trocitos para poder así, como ella, hacer una hermosa ofrenda, aunque sea en un remendado capacito.

El evangelio nos recuerda que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt.22. 14), a mí me gusta pensarlo también de otra manera, muchos los llamados, pocos los decididos, pero de estos últimos, de los decididos, de los capaces de aceptar el “martirio invisible” es el Reino de los Cielos.

Hna. Pili Jordà, cmt

 

DESCARGA EL ARTÍCULO – ES

DESCARGA EL ARTÍCULO – PT

Conocida por muchos simplemente como Pili Jordà, carmelita misionera teresiana, nacida en Amposta, España.

En su caminar de misionera ha pisado las tierras de España, pero también de Ecuador, en la fundación de San Pablo, o de Italia, en Roma y Pisa.

Al servicio de la misión, siempre ha puesto su talante de artista. En todas partes, trata de transmitir la alegría, tanto como profesora en un colegio o escuelita, como en otros apostolados.